Las etapas hacia la felicidad

 En Coaching 4 Evolutions. Las Etapas del Desarrollo, Comunicación Auténtica, StarT. Emprendimiento desde tu Don, Vida Salvaje de las emociones y los pensamientos.

Revisado por María José Fernández López ¡Gracias!

Había quedado aquella tarde con Francisco para tomar un café. El paseo hasta la cafetería donde habíamos quedado en la Plaza del Campo me había dejado helado. En invierno, en Lugo a menudo estamos cerca de los cero grados y con tanta niebla que no vemos el sol en todo el día.

Francisco era un actor que había conocido en mi trabajo con la directora de teatro Max Becker y que se había introducido el último año en el terreno del coaching.

Vi a Francisco nada más entrar saludándome expresivamente desde una mesa apartada. La alegría surgía de forma natural entre nosotros. Hacía un mes desde nuestro último encuentro.

– Un café cortado, por favor – le dije al camarero que vino a atendernos.

Después de un rato de ponernos al día, le conté a Francisco mi reciente visita al monasterio y cómo me había conmovido la conversación sobre las emociones de alta vibración con el monje Juan.

– Dime, Luis. ¿Qué es la felicidad? – me preguntó Francisco.

– Pues… -dije mientras me recolocaba en la silla, para ganar tiempo. – Verás, yo le llamo así a una sensación física en la que todas las células de nuestro cuerpo están bailando alegremente.

– Bueno, ya – dijo Francisco, riendo. – Pero será algo más ¿no?

– Para mí – continué, – la felicidad es un bienestar que va más allá. Es el gozo de estar en plena congruencia con tus valores y con tu entorno. Es empaparte en esa sensación y no necesitar nada más – y paré un momento viendo que Francisco me miraba con los ojos como platos. Le sonreí serenamente y él me devolvió la misma sonrisa, como lo haría un espejo.

 La felicidad – continué – es un concepto abstracto que debe ser aterrizado si nos planteamos en serio conseguirla. Por eso digo que, al final, lo que buscamos es una sensación corporal que reconocemos muy bien, ya que se repite en distintos momentos a lo largo de nuestra vida… aunque solo será duradera cuando hayamos cubierto nuestras etapas emocionales.

La felicidad es un trabajo de largo plazo, no algo que sucedió en el pasado.

– Tienes razón en eso de la sensación física – respondió Francisco. – Recuerdo esos momentos como si en mi cuerpo las células estuvieran celebrando una fiesta.

– ¡Caray! Excelente metáfora – exclamé -. Eso es lo que llamo la sensación llamada hogar. Técnicamente, sientes esa fiesta en tu cuerpo porque se encienden las mejores reacciones químicas, con la óptima combinación de dopamina, serotonina, oxitocina,… Es la correspondencia corporal con nuestras emociones más poderosas y equilibradas junto a nuestros pensamiento más geniales. Surge la bondad, el coraje,… lo mejor del ser humano, nuestra versión más elevada. La felicidad es una sensación de plenitud que da rienda suelta a la vida por todo nuestro ser. Te parece, en todos los sentidos, que estás en el lugar donde deseas estar, donde perteneces. Por eso digo que es una sensación llamada hogar.

– Está claro, las sensaciones son el indicador, pero no suceden porque sí – reflexionó Francisco. – Parece que, en esos momentos, tu vida disfruta de unas condiciones adecuadas ¿no? tiene color especial, tiene significado, te sientes pleno,…

– Por supuesto – repuse. – La sensación llamada hogar se produce cuando se están cumpliendo todas las motivaciones humanas al mismo tiempo.

– Te refieres a las motivaciones de la pirámide de Maslow ¿verdad?

– ¡Exacto! – respondí. – Motivación tiene la misma raíz que “moverse”.

En resumen – continué, – el ser humano se mueve por tres cosas:

  1. Necesitamos la sostenibilidad económica (también llamada supervivencia): la primera motivación es cubrir nuestras necesidades y las de nuestra familia.
  2. Buscamos el aprecio o reconocimiento de los demás. Por ello, hacemos aquello que los demás esperan de nosotros para tener su reconocimiento.
  3. Queremos ser fieles a nuestros valores, lograr nuestra mejor versión e incluso aportar un legado a la humanidad. [1]

La felicidad se produce cuando estas tres motivaciones se ven satisfechas al mismo tiempo.

– Claro… y es realmente difícil cumplir las tres motivaciones al mismo tiempo ¿verdad? – reflexionó Francisco. – Por ejemplo, muchas veces queremos hacer lo que se espera de nosotros, que sería la segunda motivación y eso nos parece incompatible con la vida que deseamos, que sería la tercera.

– Es que no es fácil – repuse. – A través de la educación de nuestra infancia y juventud, nos convertimos en “buenos ciudadanos”. Es decir, todos los miembros de la sociedad actuamos conforme a lo que se espera de nosotros. Eso garantiza que todo funcione bien. Tras la rebeldía juvenil nos adherimos a una especie de “acuerdo social” y actuamos conforme a él, de la forma en que estamos condicionados desde la infancia. Haremos inconscientemente lo que creemos que esperan de nosotros por miedo a sentirnos fuera del grupo, fuera de la sociedad. Eso hace que la motivación de lograr nuestra mejor versión quede solapada o aplazada a lo largo de gran parte de nuestra vida.

– Hay otra cosa que no tengo clara – me dijo Francisco.

– Dime, para eso estoy – dije. –  Ya sabes que disfruto contestando a alguien que tiene auténtica curiosidad.

– Te he escuchado decir que la fidelidad a los valores es lo que guía el comportamiento cuando has alcanzado la madurez emocional.

– Efectivamente, el ser humano se plantea seguir fielmente sus valores en lo que llamamos la segunda etapa de su vida, cuando ha superado la etapa de “acuerdo social”, es decir, tener un trabajo, una familia, casa, hipoteca, coche… todo lo que se supone que te dará la felicidad. Cuando te das cuenta de que la felicidad no se consigue con eso, llega la crisis existencial, que, cuando acaba bien, desemboca en la decisión de seguir fielmente la vida que realmente deseas, que no es “hacer lo que te da la gana”, sino que es seguir los valores que de verdad te importan. Esa etapa se llama de “auto-creación”.

– De ahí mi duda, Luis – inquirió. – ¿Entonces sólo se consigue la felicidad en esa etapa? Porque la verdad es que yo creo que la he sentido en muchos momentos de mi vida. Incluso aún más intensamente cuando era joven.

– La congruencia de esas tres motivaciones (sostenibilidad, aprecio de los demás y fidelidad a nuestros valores) ocurre en todas las edades – respondí. – Y, de hecho, es cierto recordamos con aún mayor claridad las primeras veces que lo sentimos, en la juventud – le respondí instantáneamente, para que no pensaba que ponía en duda su opinión.

– Es que recuerdo un verano, en las islas Cíes, en que tuve una experiencia muy fuerte con esa sensación – repuso Francisco, con un punto de excitación. – Estaba de vacaciones en el camping y por la noche íbamos a la playa, en un espacio entre rocas, un montón de chavales a hablar, beber y fumar. Un día empecé a contarles a mis amigos una historia sobre las gaviotas fosforito que me estaba inventando en ese momento. Les hacía gracia así que seguí. Esa historia me hipnotizó, era como si alguien hablara por mí. Realmente sentí en mi cuerpo una sensación intensa, yo diría que era esa sensación llamada hogar. Cuando me di cuenta, la treintena de chicos y chicas que habían venido a ese lugar estaban en silencio escuchando. Seguí contando, pero ahora otros pensamientos y también la timidez se entreveraban con aquella inspiración, así que al momento dije «y ya no os puedo contar más». Todos me pidieron que siguiera, pero ahora ya no era capaz y lo dejamos para el día siguiente.

Lo curioso es que, efectivamente, todo se alineaba. Hubiera deseado que parara el tiempo. Congruencia, reconocimiento social y supervivencia se conjugaban armoniosamente. Sentía que mi talento fluía y entregaba un valor a las personas que escuchaban con tanta atención. Ellas me apreciaban por ello… y eso me servía para obtener posibles privilegios, como que las chicas se fijaran en mí o que mis amigos me invitaran a una cerveza.

– Uao! Esos momentos valen por toda una vida – le dije, admirado con su expresividad. –  Esa sensación abrumadora ocurre en ocasiones mucho antes de la etapa de auto-creación. Además, en la juventud es cuando grabamos todas las experiencias emocionales con nuestra plena intensidad hormonal. Vivimos los gozos, los odios, los miedos, el amor y las penas con todo nuestro ser. En esa época estamos programados para explorar, registrar y saborear todo lo que nos sucede. Se crea una base de datos con todos los registros emocionales con los que interpretaremos las experiencias del resto de nuestra vida. – expliqué.

– Es cierto – dijo Francisco. – En la juventud aprendemos lo que es vivir, tanto cuando toca disfrutar como cuando llega el momento de sufrir. Aprendemos qué significan y «cómo saben» los distintos episodios emocionales: tener un desengaño, triunfar, fluir y tantos otros sabores y sinsabores de la vida. Muchas veces digo «Me gustaría reírme tanto como cuando salía de clase con los amigos en la EGB» o «en secundaria supe lo que era un desengaño cuando vi a la chica que me gustaba besándose con otro chico».

– En esa época de despertar a la vida independiente, creamos una parte importante del diccionario emocional de  las experiencias que te pueden suceder. Por tanto, también descubrimos con asombro esa sensación llamada hogar. Cuando la tenemos, se abre un nuevo registro que perseguiremos toda nuestra vida – le dije -… Pero en la etapa de auto-creación hay una gran diferencia.

– ¿Ah, sí? ¿cuál? – preguntó. Pude sentir su sed de conocimiento.

En la juventud o en la etapa del acuerdo social, la congruencia de todas las motivaciones ocurre sólo de casualidad. – le dije. Me di cuenta que la frase sonaba un poco lapidaria, pero me parecía bien.

– ¿Qué quieres decir, Luis?

– En la adolescencia entendemos que el entorno familiar no nos proporciona la plena seguridad que pensábamos. Descubrimos que debemos valernos por nosotros mismos. Nuestros padres dejan de ser dioses y no confiamos en ellos para valernos en el nuevo entorno inhóspito. Nos sentimos como que ya no existe el paraíso sino una especie de jungla, peligrosa y apasionante. Entendemos que todo se rige por la ley del más fuerte, la ley de la jungla: te defiendes y consigues las cosas por la fuerza o por someterse a los aliados adecuados.

En el momento de efervescencia hormonal de la primera juventud, aprendes a luchar. Buscas tu supervivencia, preservar tu sostenibilidad, según la ley de la jungla: te impones, te sometes o negocias. Esa es tu ley.

– Y entonces, si sólo te riges por la lucha para lograr tu supervivencia y, según tú, la sensación llamada hogar solo se consigue si también sientes el reconocimiento y la congruencia con tus valores ¿Cómo es posible que a veces consigues en la juventud la sensación llamada hogar?

– Pues de casualidad – le dije, un poco provocador. – A veces, se da la circunstancia de que, aunque lo que haces está movido por la supervivencia, por la ley de la jungla, el resultado satisface también el resto de motivaciones. A veces, se logra el equilibrio y sentimos el reconocimiento del entorno y la congruencia, con lo que se produce esa sensación llamada hogar, como en el ejemplo que me has puesto… Pero, lógicamente, no eres capaz de reproducir esa casualidad. Eso está fuera de tu alcance en esa etapa.

– Ya entiendo. Tienes razón, al día siguiente en las islas Cíes, no tenía ni idea de cómo lograr de nuevo esa magia. Parecía como si me hubiera subido en una estrella fugaz, pero no podía esperar que pasara de nuevo. Traté de hacer lo mismo, pero la sensación no volvió. Qué curioso, todo encaja – me dijo, ensimismado, mirando hacia arriba como recordando aquel momento, y sonriendo con satisfacción.

– Después – continué, – en la etapa de acuerdo social, nuestro comportamiento se guía por el principio «que todo vaya bien». Si todo va bien en el acuerdo social, estaremos cumpliendo con nuestra brújula. Si no, nos afanaremos en cumplir las expectativas y las exigiremos a los demás. Será como tratar de completar un puzle en que no encajan las piezas. Hay una forma en que las cosas «deberían hacerse», y conocer esa forma y seguirla es el principio del acuerdo social.

 Eso sí, en esta etapa aprendemos mucho también. Dado que seguimos un «acuerdo social», podemos comprender mejor a los demás. Sus comportamientos son más previsibles. El hecho de buscar que todo vaya bien, además, nos hace más comprensivos con los demás que cuando seguíamos la ley de la jungla. En esta etapa en que buscamos ser “buenos ciudadanos” se desarrolla la empatía.

Es una fase de nuestra vida muy especial, pues descubrimos que seguir el acuerdo social es una forma aún mejor de conseguir la supervivencia que con la lucha que utilizábamos de jóvenes. La empatía en torno a la convivencia armoniosa se revela como una habilidad más poderosa que la lucha.

– Entiendo, Luis – reflexionó Francisco. – La armonía social es una forma que nos acerca más a esa sensación llamada hogar, pues la búsqueda del bienestar es mejor que la lucha, pero no es lo mismo que la felicidad. Muchas veces se dice «Tengo mi trabajo, un esposo que me quiere, unos niños maravillosos,… Se supone que debería estar feliz, pero no es así.»

– Ya, ¡me suena mucho! – dijo Francisco, sonriendo.

– Llega un momento en que te das cuenta de que sólo alcanzas esa sensación llamada hogar necesita cuando eres congruente con tus valores, cuando vives la vida a tu manera, no como se supone que lo debes hacer. No quieres romper con el entorno, pero sí buscar una convivencia que no te oprima con unas normas rígidas. No aceptas cualquier futuro, sino sólo aquel que te hace vibrar.

– Sí, eso también me suena – saltó Francisco. – Llega un momento en que no quieres vivir según unas normas, pero no es una rebeldía juvenil de romper con todo, sino de buscar el equilibrio según tus propios valores, siguiendo aquello que te da energía, aquello que es importante para ti. Otra cosa no sería realmente vivir. Eso mismo me pasa a mí.  Quiero vivir una vida que valga la pena.

– En esta etapa de auto-creación somos capaces de buscar directamente la fidelidad o congruencia con nuestros valores personales. – continué. – Por fin alcanzamos la madurez mental y emocional como para que esas ideas abstractas llamadas «valores» sean las verdaderas guías de nuestras decisiones y comportamientos.

– Si lo he entendido bien, cuando te guías por el acuerdo social consigues también garantizar tu supervivencia mejor aún que luchando según la ley de la jungla – recapituló Francisco. – ¿También cuando te guías por tus valores personales encuentras una mejor forma de encajar en el acuerdo social y de conseguir tu supervivencia?

– Exacto. Encuentras una forma «milagrosamente» mejor – respondí. – Podría decirse que alcanzas una versión 4.0 de tu software, de tu capacidad mental de crear buenas decisiones y comportamientos. Es una versión que antes te era imposible imaginar, pues es una evolución que precisa de tiempo y experiencias. Es lo que llaman sabiduría.

– ¡Ah! ¡Qué fuerte! – dijo Francisco, como si en vez de asimilar estas ideas estuvieran despertando en su interior.

– Es muy sencillo – continué. – Cuando maduramos, la estructura de valores personales se convierte en una verdadera brújula, un instrumento afinado que nos permite alcanzar mejores perspectivas y soluciones. Con ellas, podemos dirigir nuestra vida en equilibrio con las relaciones sociales que deseamos mantener según esos valores.

También, esa claridad mental es un gran recurso para conseguir la sostenibilidad que deseamos.

– Entiendo. Entonces.. felicidad garantizada ¿no? – dijo, riendo.

– Jaja. No, claro – respondí.- No hay ningún resultado garantizado, pero las posibilidades de conseguir todas nuestras motivaciones es muy superior en la etapa de auto-creación que en las anteriores etapas. Nuestra mente funciona a una cilindrada mayor, igual que en nuestra juventud es mayor que cuando éramos niños. En esto consiste madurar mental y emocionalmente.

– Ya veo – repuso reflexivamente. – Como decías, en la etapa de auto-creación aspiramos directamente a crear la sensación llamada hogar, el cuerpo es el sensor que capta si nos estamos acercando a esta sensación, lo que querrá decir que estamos siendo congruentes con nuestros valores.

Sensaciones físicas y congruencia con los valores son la guía de nuestro comportamiento, mientras que en las anteriores etapas vemos esa sensación llamada hogar como algo que no depende de nosotros.

Lo veo lógico, Luis, pero me gustaría entenderlo plenamente. ¿Podrías ponerme un ejemplo?

– Muy bien – dije. – Déjame pensar – reflexioné unos segundos y continué. – Imagínate que vas a buscar empleo ¿Qué te da más posibilidades de conseguirlo? ¿aprender todas las pautas para caer bien al entrevistador o ir con plena seguridad en ti mismo?

– Pues no lo sé, ambas cosas supongo. – dijo Francisco, pensativo.

– Ten en cuenta que el entrevistador conoce también esas pautas y tiene mucho más entrenamiento que tú. Piensa además que lo que busca es saber si eres una persona madura y fiable.

– Claro, en ese caso, le parecerá mal si le parece que tienes «trucos» para agradar y no mostrarte como eres – dijo Francisco.

– Exacto. Ése es el error que suelen cometer los jóvenes. Por supuesto que hay que cumplir las pautas de comportamiento y educación, pero lo más importante es ir más allá de ellas. Los “tips” ante una entrevista son solo un apoyo comparado con la vida que una persona puede mostrar si se porta de forma auténtica. Ésa es la forma en que el talento se manifiesta. De esa manera, serás brillante de verdad.

– ¿Quieres decir que hay que dejarse llevar? – dijo Francisco, tras un momento de silencio.

– Sí, pero portarse de forma auténtica no es «hacer lo que te da la gana». Eso lo haría el «rebelde sin causa» juvenil. Ser congruente con tus valores no es fácil, necesita de madurez. Ahí reside la verdadera autenticidad, que es el paradigma habitual en la etapa de auto-creación. Has superado la norma social y la lucha como brújulas de tu vida.

– Pero eso no te garantiza que consigas el empleo. – dijo Francisco con una sonrisa juguetona.

– Claro que no. En esta vida nada es garantía de nada, pero si no muestras tu talento en una entrevista, vas a necesitar un buen enchufe para conseguir el empleo – le dije, siguiendo la broma.

– A ver si te he entendido bien  – preguntó Francisco. – ¿Me estás diciendo que guiarse por los valores nos lleva a una mayor inteligencia emocional? ¿Quieres decir que nos permite gestionar mejor las relaciones?

– Caray, sí que estás inspirado con las preguntas. Esas son sin duda las claves de los valores: ser creadores de sabiduría y conciliadores de las emociones. Los valores alumbran tu pensar y tu sentir. Eso es lo que permite unas soluciones creativas y satisfactorias para la razón y el corazón. Con mucho gusto te explicaré más, pero hoy ya se nos ha hecho tarde. Perdona, pero me tengo que ir – dije, mirando el reloj y poniéndome en pie.

– Vale, Luis. Te llamo para la semana – dijo, también levantándose.

Nos despedimos afablemente. Ya era de noche. Me enfundé bien en mi abrigo antes de salir.

 

[1] Estas motivaciones se adquieren cada una en una etapa socio-emocional. Estas se explican en el fascículo correspondiente de esta colección

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