Capítulo 15. Vida salvaje. La emoción decide antes que la razón. La investigación de Damasio

 En Vida Salvaje de las emociones y los pensamientos.

Una de las conversaciones más reveladoras que he tenido sobre las emociones fue con Philipe, un gran experto francés en neurociencia que conocí en un Congreso en Nimes. En sus comienzos trabajó junto a Antonio Damasio en una de sus más famosas investigaciones de neurociencia, que se llamaba «el juego de Iowa» porque se hizo en la Universidad de ese estado. La recuerdo como si acabáramos de hablar.

  • Dime entonces, Philipe —comencé—, ¿cómo ha sido esa investigación tan increíble que has realizado con Damasio?
  • Cuando me uní al equipo de investigación, nunca imaginé que estaba a punto de participar en uno de los experimentos más reveladores sobre la naturaleza humana. Éramos un grupo apasionado, guiados por una pregunta fundamental: ¿qué papel juegan las emociones en nuestras decisiones?
  • Qué interesante… y qué rompedor. La gente da por hecho que uno decide con la cabeza, con lógica.
  • Eso pensábamos también —respondió con una sonrisa—. Pero Antonio tenía otra idea. Decía que el cerebro no decide únicamente con lógica; las emociones influyen en nuestro juicio incluso antes de que lo notemos. Quería demostrarlo, y eso fue lo que hicimos.
  • ¿Y cómo se puede demostrar algo tan abstracto?
  • Diseñamos un experimento llamado el Juego de Iowa. Había cuatro mazos de cartas con cartas que daban recompensas o castigos. Sin decirles nada a los participantes, se habían dispuesto dos mazos “buenos” y dos “malos”. Los participantes debían ir cogiendo cartas de forma que maximizaran sus beneficios de cualquiera de los cuatro mazos.
  • Parece simple, ¿pero cómo sabes si deciden emocional o racionalmente?
  • Ahí está la clave —señaló—. Colocamos sensores en los participantes para medir su respuesta galvánica de la piel, una señal de su excitación emocional. Lo curioso fue que sus cuerpos reaccionaban con signos de estrés antes de que eligieran una carta de los mazos “malos”, como si ya supieran que había riesgo. Pero aquí viene lo más fascinante: ellos no tenían ni idea de lo que estaba pasando en su interior.
  • ¿Cómo que no eran conscientes? ¿No se daban cuenta de lo que su cuerpo sentía? ¿No se daban cuenta de que la emoción les llevaba a elegir un mazo y no otro?
  • Exacto. Seguían eligiendo cartas sin poder explicar por qué algunas opciones no les gustaban. Con el tiempo, empezaron a evitar los mazos “malos”. Lo hicieron mucho antes de tomar la decisión racional.
  • ¿Cómo? —dije, tratando de comprender lo que me estaba diciendo—. No me lo puedo creer.
  • De hecho, uno de los participantes dijo algo como: “No sé por qué, pero este mazo no me gusta”. Su cuerpo ya había aprendido lo que su mente aún no podía poner en palabras.
  • Es asombroso. Es la mejor manera de probar la teoría del marcador somático de Damasio —concluí—. El cuerpo reacciona al riesgo con la emoción antes de que podamos decidirlo con la razón.
  • Así es —repuso Philipe—. Una noche, después de revisar cientos de gráficos con Antonio, nos quedamos en silencio. “Esto cambia todo”, dijo. Y tenía razón. Las emociones no eran simples pasajeros en nuestras decisiones; eran guías esenciales, atajos que el cerebro usa para sortear la complejidad del mundo.
  • Pero entonces, dime una cosa, Philipe: ¿realmente necesitamos las emociones para decidir?
  • Justamente —respondió—. Para demostrarlo, trabajamos con pacientes que tenían daños en el córtex prefrontal, la región que genera los marcadores somáticos. Podían razonar perfectamente bien, pero tomaban decisiones terribles. Recuerdo a David, un paciente que pasaba horas decidiendo qué comer. Sin la guía emocional, la razón sola se perdía en un mar de posibilidades.
  • Increíble —dije, atónito—. Más claro, agua. Sin duda, es necesario que las emociones no se desboquen, pero tienen una función fundamental.
  • Definitivamente —dijo, sonriendo—. Cada vez que enfrento una decisión importante, me detengo a escuchar lo que mi cuerpo me dice. Como aprendimos en esos días, la mente y el corazón trabajan juntos de maneras que a menudo pasamos por alto. Y gracias a Antonio Damasio, ahora entendemos mejor ese delicado y fascinante equilibrio.
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