El Árbol de la Vida II. La crisis existencial

 En Coaching 4 Evolutions. Las Etapas del Desarrollo, Vida Salvaje de las emociones y los pensamientos.

Un relato de ficción de Daniel Álvarez Lamas

Es continuación de Árbol de la Vida I. La socialización.

El capítulo anterior explica el sueño con el que comprendí para qué sirve la socialización. El sueño acabó con este descubrimiento:

En esa etapa de inquietud vital, me sentía como el héroe poderoso que siente que las fuerzas le abandonan. Por las noches, el orgullo de todo lo que has crecido y conseguido se desvanece y entonces solo queda la añoranza del paraíso perdido ¿Ante quién tenía que seguir demostrando mi valía? ¿Qué tenía que demostrar? Si un día ya no vamos a existir ¿Para que seguir luchando en esta selva?

Una madrugada me desperté sobresaltado. Las preguntas que me asediaban habían desaparecido y en su lugar había un espacio vacío en mi interior, como una noche serena. Me vi frente a frente con mi crisis existencial; pero esta vez la miraba sin miedo, con una calma y una claridad desconocidas hasta entonces. Mi árbol de la vida se encontró con la crisis existencial y sentí cómo dejaba en el aire estas frases:

«El tronco no puede crecer indefinidamente… necesita extenderse, echar ramas, para multiplicar sus hojas y empaparse de la energía del sol».

«No luches por conseguir la respuesta, deja que surja dentro de ti».

«Escucha a la naturaleza que te trajo hasta aquí».

Los acontecimientos de las siguientes semanas vinieron a completar mi viaje de descubrimiento. La crisis existencial pasó de ser una prisión a convertirse en la palanca para que el resto de mi vida tuviera pleno significado. Me acompañaba una frase de Lao-Tse que en su día me había impactado, como si fuera una canción pegadiza:

«Aquello que para la oruga es el fin del mundo, para el resto del mundo se llama mariposa


  1. La crisis existencial: el camino hacia la nueva etapa

Una semana después, tuve una fuente de inspiración inesperada: Celia. Era una compañera de oficina a la que me unía una amistad muy especial. Yo me fui convirtiendo en su confidente… y ella en la heroína que me mostró los secretos del dilema existencial.

Celia estaba harta de su trabajo. Ella no había nacido para la venta y menos aún para las exigencias de su jefe, que la presionaba todo el día con frases como “¡No dejes escapar a ese cliente! ¿Le llamaste ya?” Todo aquello la agobiaba, pero dejar el trabajo era una locura – “Con lo que te ha costado llegar, hija” – le decía su madre. Por otro lado, necesitaban dos sueldos en casa para pagar la hipoteca, el colegio de los niños, las vacaciones, …

Un día, ese ruido que rondaba su cabeza se hizo insoportable y su cabeza estalló. Más bien lo hizo su alma: la presión se transformó en tristeza y, una mañana, le asaltó el llanto en el baño de su oficina. No podía parar de llorar. Se fue a casa y pasó toda la mañana llorando, primero desconsoladamente y luego con ternura. Al final, le invadió una sensación de alivio que nunca había sentido. Algo dentro de ella se rompió y algo nació. Ese día decidió dejar su trabajo. Su cuerpo le dijo que la decisión estaba tomada y sintió una calma abrumadora, una sensación de coherencia interna. Nada de rencor ni de soberbia, solo congruencia plena en su mente y calma en su cuerpo. Ese día decidió dejar su trabajo.

Y junto a ese torrente de sensaciones, le llegó una revelación: la palabra «libertad» con letras enormes luminosas, como un cartel de Broadway. Aquella mañana de llanto y epifanía acabó con una imagen: un ave de largo plumaje multicolor que surcaba el aire sin nada que pudiera detenerla. Ese valor personal, la libertad, junto a esa ave multicolor que lo representaba no le abandonarían en toda su vida.

Celia había cambiado, sentía que una nueva etapa se abría ante ella, un nuevo camino que le recordaba al cambio que vivió cuando pasó de ser una niña a ser mujer.

Al hacernos mayores, nos aislamos. La individualidad, el ego, crece dentro de nosotros y nos aleja de nuestros instintos. Aprendemos a pensar y la lógica sustituye a la naturaleza. Creamos nuestro mundo individual, en el que tomamos decisiones ¿Pero de verdad son en libertad? ¿Cuántas decisiones tomamos por hacer lo que esperan de nosotros? Durante una larga etapa, lo que realmente buscamos con esas decisiones es encajar dentro del mundo en el que nos ha tocado vivir. Por ello, nuestra libertad es precaria: debemos acertar en esas decisiones y cumplir lo que se espera de nosotros para no perder irremediablemente el estrecho cordón que aún nos une a ese mundo gris. Este es el triste balance de lo que queda de nuestra unión con aquel maravilloso mundo de colores tan acogedor de la infancia.

Eso es lo que hay detrás de la sensación de vacío de la madurez, lo que nos lleva a la crisis existencial. Antes, sencillamente obedecíamos a un instinto, un mandato de nuestros genes, pero ahora tenemos nuestro mundo individual. Es entonces cuando surge la pregunta «¿qué sentido tiene mi vida?».

Fue muy esclarecedora la conversación que tuve unos meses después con Celia:

– Esa pregunta me venía persiguiendo hasta que ese día me encontró – me dijo ella.

– Ya. Me imagino que estarte cuestionando «qué sentido tiene mi vida» es como una tortura – le contesté.

– En realidad no es ninguna tortura, aunque a veces me lo pareciera – continuó, como ensimismada -. Ahora la veo como una llamada, o más bien una sacudida, que cambió mi vida. Me obligó a buscar en un lugar más íntimo de mi persona que nunca habías visitado. Me llevó más allá de mis pensamientos hasta alcanzar mis sentimientos más profundos, sensaciones primarias, casi animales. ¿Me entiendes?

– Sí, por supuesto – le respondí, casi hipnotizado por el mundo que me estaba dibujando.

– Esa pregunta me permitió encontrar el cordón umbilical que me conectaba a la naturaleza de la que nací y que yacía vibrante y paciente en mi interior. Encontrarla fue como besar a la bella durmiente. Comenzó una nueva vida para mí.

– Fue una suerte que te fuera tan bien con la papelería que montaste. – le dije, dejándome llevar por el lado prosaico de la vida.

– La verdad es que tenía la convicción de que me sabría valer por mí misma – continuó. La ilusión se leía en sus ojos – Sentía toda la confianza del mundo. Siempre me atrajeron las papelerías con la infinidad de colores y de cosas tan diversas, sus pinturas, la plastilina,… Descubrí que me entusiasmaba la idea de montar una por mí misma y la oportunidad me vino en bandeja. Una amiga mía me contó que se alquilaba  un local bastante económico enfrente al instituto que estaba cerca de mi casa. Trabajé mucho, pero pronto la gente apreció mucho cómo les atendía, les gustaron las ofertas especiales que se me ocurrían. Ahora, la verdad, es que hasta yo estoy sorprendida por lo bien que me va la tienda.

Celia era el ejemplo de que la nueva etapa te dirige a conocer tu esencia, tu don, tu mejor versión. La crisis existencial te lleva a la aventura de tu crecimiento personal.

Encontrar tu esencia puede suponer que descubras una nueva afición o que recuperes una perdida. Puede significar que cambies de trabajo o que empieces a verlo de otra manera. Puede llevarte a cambiar de pareja o a profundizar en vuestra relación, para disfrutarla de verdad. En cualquier caso, el resultado final es que te sientes más tú mismo o tú misma. Esto te permite sentirte en paz con lo que te rodea, pero no mediante las normas que adquiriste con la educación – el «acuerdo social» -, sino dando lo mejor de ti.

La pregunta existencial de «¿qué sentido tiene mi vida?» surge para dar el primer paso de todo este camino: encontrar la brújula que sustituya al «acuerdo social». Tu crecimiento necesita una orientación y una motivación profundas. La necesidad de encontrarlas se convierte en dolor para impulsarte en este camino. Es el mecanismo más potente de la madre naturaleza. Este dolor será tu fiel amigo… no te abandonará hasta que conectes con tu plenitud.

Para Celia esta brújula se manifestaba en la palabra «libertad». Otros le llamarán a su brújula «congruencia», otros «sabiduría», otros «amor», otros «confiar en ti», otros «seguridad»… Siempre que la sientas dentro, sabrás que estás en el buen camino.

¿Recuerdas mi sueño? El que conté en la primera parte del árbol de la vida en el que yo era un árbol,… Mis raíces eran el instinto animal y la capacidad de supervivencia que aporta. Mi tronco era la socialización, que nos permite crecer, desarrollar nuestra mente y hacernos fuertes física, mental y anímicamente dentro del cobijo de la sociedad.

Me imaginé que la crisis existencial fue para Celia el brote del que crecieron las hojas del árbol. Estas hojas fueron su capacidad individual que asomó de nuevo. Es el momento en que el ser humano muestra su talento, su don, sin necesidad del permiso del entorno social, aunque casi siempre en armonía con él. De esas hojas surge nuestra mayor capacidad como seres pensantes: la intuición, una especie de conexión con la base espiritual o trascendente de todo. Todo esto es lo que ocurre cuando superas la etapa de «acuerdo social» y te abres a una nueva oportunidad para disfrutar de tu vida: la etapa de auto-creación.

  1. Las hojas del árbol: la intuición.

Celia continuó durante un tiempo en aquel trabajo que detestaba antes de lanzarse, para ahorrar y planear bien lo que haría. El camino para montar su propia tienda fue trabajoso, aunque creo que nunca dejó de disfrutarlo. Un proceso de coaching le ayudó a darse cuenta de que su ansiedad vital estaba directamente relacionado con un continuo diálogo interno en su cabeza. Una parte de Celia decía – “Vamos, tú puedes, ¿qué haces en ese trabajo? Serás una desdichada” – mientras que otra parte decía todo lo contrario: “¿Pero tú estás loca? ¿Qué vas a hacer si nunca has trabajado en otra cosa? ¿Y si fracasas?»… ¡Parecía un verdadero conflicto desatado en su interior!

Avanzando el proceso, logró reconciliar sus dos partes y aplicar la prudencia sin dejar de dirigirse hacia la vida que había decidido tener. Se dio cuenta de las opciones que tenía delante de sus narices y que su conflicto mental le había impedido ver. Aprendió a vivir desde aquello que la ilusionaba sin perder la prudencia, que había sustituido al miedo.

Meses más tarde, me explicaba así lo que le había sucedido: «Cuando conectas con tu plenitud, con tu esencia, tu panorama interior cambia. Encuentras ideas que van más allá de tu diálogo interno, de tus pensamientos. Llega una creatividad inesperada, una claridad más allá de lo intelectual». Toda una oportunidad haber disfrutado de esta lección de vida. Gracias por compartirla, Celia.

La mejor forma de vivir tu etapa de auto-creación no es la de forzar tu futuro, sino la de abrir los ojos para intuirlo. La realidad tiene una enorme cantidad de información que sólo detectas cuando te quitas la venda de los ojos. La socialización te permitió desarrollar tu intelecto, pero también creó multitud de creencias… y muchas de ellas no te servirán en la nueva etapa. Las creencias son aquello que te hace decir «Esto es imposible, deja de pensar en ello». Necesitarás desafiarlas y decir «¿Esto es imposible? Déjame observarlo con detalle». En vez de dejarte llevar por la comodidad y el miedo, analizarás los riesgos con el pensamiento de «¿qué pierdo por intentarlo?».

Celia me invitó, tiempo después, a una conferencia para emprendedores en la que le habían invitado a hablar. Cuando animó a la audiencia a seguir su propio destino, sus palabras me llegaron al corazón:

«Sentirás una prudencia imparable, una pasión serena y sensata. Observas cualquier situación para comprenderla y no para enfrentarte a ella, por dura que sea. Entiendes al universo como tu aliado, no como un lugar hostil.» Se paró un instante, conectando de forma aún más profunda con su ser auténtico. Creo que a todos se nos puso la piel de gallina, sus ojos brillaban como el firmamento en una noche clara y serena.

Y continuó diciendo: «Te maravillas de lo claro que ves todo cuando lo aceptas sencillamente en vez de juzgar si es bueno o malo. La observación desde el corazón, la prueba-error con toda tu curiosidad y la mente abierta hacen que el blanco o negro se convierta en una galería de grises, e incluso en un arco iris.»

Tiempo después, Nuria, la coach de Celia nos resumía muy bien en qué consistió la resolución del conflicto emocional que ella había vivido en el proceso de coaching. Fue una conversación muy agradable en la terraza de su casa.

«Celia, la claridad de mente y la calma de espíritu te permitió adquirir una cierta distancia respecto a tus emociones y pensamientos. Los empezaste a ver como «cosas» que te suceden. Dejaron de ser algo de lo que sentirte orgullosa o culpable. Incluso viste a aquellas emociones y pensamientos que te perjudicaban como si fueran virus. Dejaron de conquistarte y anular tu voluntad. Dejaste de ser el terreno de juego de tus emociones, el fango en el que luchaban. Eso era lo que encendía tu infernal diálogo interno. Tomaste el control de tu mundo interior.

Aprendiste a ver esas emociones y pensamientos como «cosas que suceden», que están ahí y que debemos aceptar, pero ya no permitiste que levantaran aquella hoguera emocional que te confundía. – hablaba con naturalidad pasmosa de un mundo que normalmente ignoramos por completo -. Cuando se elimina ese ruido, surge la intuición, una capacidad de pensar y sentir completamente nueva, una inesperada evolución que llega desde un lugar más profundo de nuestra naturaleza.

Esa clarividencia incluye la prudencia sin miedo y la ilusión sin fantasía. Tu árbol de la vida ha acabado de florecer».

Celia pasó de ser una guerrera ansiosa por sobrevivir en el mundo hostil de su trabajo a convertirse en una exploradora fascinada de su juego interior, escuchándolo de un modo sutil y poderoso.

Esta exploradora descubrió el baile que se produce entre las cosas que suceden en el exterior y en el interior. Ambos panoramas son igualmente asombrosos y se entrelazan de tal manera que uno no se comprende sin el otro.

Celia se dio cuenta de que producir un exceso de pensamientos puede crear interferencias, por lo que, poco a poco, aprendió a sentir más que pensar, la mejor forma de conectar con la intuición… con el susurro del alma, tal y como la definía Jiddu Krishnamurti.

En aquella hermosa conversación de la terraza de Nuria hubo otro momento inolvidable, casi al final:

– La verdad que me siento libre como cuando era una niña, aunque absolutamente responsable de mi vida – dijo Celia.

– Es cierto, pero con una diferencia: de niña eran los instintos de la naturaleza los que te conectaban con la vida, ahora lo hace tu intuición, una fuente inagotable que mana desde tu interior – le dijo su coach. – Has completado el recorrido que comenzó en el instinto, tus raíces, con el que la naturaleza imponía su ley, y que continuó con la socialización, el tronco del árbol de la vida, hasta acabar en la intuición, las hojas de ese árbol.

– Entiendo – respondió Celia. – El niño se conecta mediante los instintos, el sabio lo hace a través de la intuición.

– Al principio, la intuición puede ser más torpe y trabajosa que el instinto, más escurridiza – continuó Nuria, – pero, poco a poco, se convierte en algo permanente y sólido. El principal aprendizaje es el de observar con atención plena tus pensamientos y tus emociones y sentirlos desde una intimidad amable contigo misma.

– Tienes razón – concluyó Celia. – Ahora siento que ya no navego en un barco a merced de los elementos, sean los instintos o el entorno social, sino que lo gobierno yo – dijo, sonriendo. – La calma que ahora soy capaz de sentir hace que comprenda mejor mi mundo interior, hace que me trate con cariño, que no sea tan exigente conmigo misma.

– Ése es el secreto para poder cambiar – dijo la coach.

Ambas acabaron compartiendo una sonrisa de paz y complicidad.

La etapa de la intuición se abre con la crisis existencial. Descubres que actuar o pensar ya no tiene sentido sin sentir… El ser humano es un camino en busca de sentido y el resultado final no es más que ser capaz de sentirse a sí mismo y de sentir el camino para vivirlo sin límites, aún en los momentos de dolor.

Alcanzar esta etapa es el reto para el que fuimos dotados de consciencia individual. ¿No es un reto maravilloso? ¿No vale la pena invertir en ello toda una vida?

Gracias por tu atención. Deseo que disfrutes este momento en armonía.

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