Los verbos (I) ¿Qué realidad estás viviendo? Herramienta de coaching.
Eran ya las nueve y media de la mañana. Busqué a Nacho en aquella amplia sala del casino de Noya, en la que la gente tomaba café, cómodamente sentada. Unos hablaban con ánimo encendido, otros tenían aspecto de intelectuales, había también algunas familias tomando sus helados, mientras otras personas leían el periódico queriendo pasar desapercibidos, algunos fumaban (de aquella aún se permitía fumar en lugares públicos).
Le encontré solo en su mesa, mirando con disimulo a una pareja que hablaba divertida. Como siempre, estaba de buen humor.
– ¿Cómo estás Nacho? – le dije, con la alegría que siempre me daba encontrarle.
– ¡Qué tal Luis! – me dijo, mientras se levantaba para darme a mano -. Pues no me puedo quejar. Un tiempo estupendo y unas playas inmejorables ¿Qué más se puede pedir? Casi deseando que llueva un poco para refrescarnos – dijo, sonriendo -. Pero siéntate.
Y nos sentamos en aquellos cómodos butacones. El viejo casino de Noya era tan antiguo como noble. Techos altos, amplias ventanas, espacio amplio y cálido a la vez. Mucho más que una cafetería. Ya no se hacen lugares así. Él estaba veraneando allí cerca, en Muros, y a mí me apetecía hacer un recorrido por las playas y pueblos de la zona. Habíamos quedado para desayunar juntos.
Nacho era mi maestro, uno de esos coaches que tienen la técnica tan integrada que ni te das cuenta de que la están empleando. A su alrededor todo fluye con naturalidad, tanto cuando hace coaching como en una conversación.
Después de ponernos al día de cómo andaban nuestras vidas, nos dirigimos poco a poco a aquello para lo que había venido a verle. Se trataba de algo que por teléfono era difícil de tratar. Al fin, le pregunté.
– Cuéntame, Nacho. Me llamó mucho la atención esa teoría tuya sobre los verbos. Dices que es a lo que más atención le presta un buen coach ¿Qué querías decir exactamente con eso?
– ¿Por qué te interesa tanto? – me preguntó -. Me resulta curioso que hayas querido que nos viéramos por eso.
– Pues no sé cómo explicártelo. Es una sensación… – respondí -. La verdad es que me resuena mucho y me parece una pista muy clara la de fijarme en qué verbos utiliza un cliente de coaching. Me parece que hay mucha profundidad en algo aparentemente sencillo.
– Pues aciertas de pleno. Mira, Luis – comenzó -, siempre decimos que la conexión con las personas es más importante que las palabras. Eso es cierto, pero necesitamos el complemento del lenguaje y a veces parece que los coaches no lo aprovechan plenamente – hizo una pausa y continuó, enfatizando la siguiente frase -. No debemos dejarnos llevar por las palabras, sino que debemos conectar con la estructura del lenguaje de quien nos habla. Es ahí donde se nos muestra plenamente.
– Entiendo – dije, asintiendo con atención -. Descubrir la estructura de lo que dice una persona es como ver la estructura de su pensamiento. Pero, ¿cómo puedo conseguirlo? Parece dificil.
– Al contrario, es muy sencillo – afirmó Nacho -. Ahora mismo has usado los verbos entender, descubrir, conseguir. Gracias a fijarme en ellos, puedo hacerme una idea clara de qué se compone tu realidad en este momento. Si quiero conocer tu mapa del mundo, lo puedo captar a través de los verbos que utilizas.
– ¡Caray! – exclamé -. No me cabe duda de que esos verbos recogen claramente mi mapa.
Nacho soltó una carcajada ante la espontaneidad de mi respuesta.
Cómo vivimos la realidad
– Para que puedas comprender la utilidad de los verbos, es necesario que primero te explique algo importante sobre cómo experimentamos la realidad – dijo, poniéndose un poco trascendente después de su risotada -. Espero que te resulte tan apasionante como a mí – dijo, mirándome directamente a los ojos. Después se tomó lentamente un sorbo de café, creando una especie de suspense -. Todo se resume en que «somos lo que pensamos que hacemos».
– Entiendo… – murmuré, expectante.
– Te lo explicaré con una historia muy sencilla ¿Te has fijado qué bella es la iglesia de San Martín de Noia?
– Y tanto – contesté -. El Maestro Mateo participó en su construcción en la Edad Media. Pero cuéntame esa historia. Me tienes sobre ascuas.
Y Nacho se echó hacia delante, me miró, respiró profundamente y comenzó a contar la historia como quien se dispone a contar un secreto.
En los años en que construían la Iglesia de San Martín de Noia, había junto a ella un taller de cantería. En él se tallaban las piedras con las que se levantaba tan magno edificio. Tres artesanos trabajaban en ella.
Un día, un curioso peregrino les preguntó, uno por uno, qué estaban haciendo. El primero contestó, sin parar de martillar la piedra, «¿Es que no lo ves? Estoy ganándome mi sueldo. Mi familia come gracias a este trabajo». El segundo, mientras le daba los toques finales a un sillar bien construido, le respondió, lleno de satisfacción, «¿Es que no lo ves? Estoy haciendo un maravilloso sillar que encajará perfectamente en el edificio que estamos construyendo».
Cuando se acercó al tercero, le pudo ver también entregado a la tarea, pero transmitía una sensación muy peculiar. Tenía una sonrisa llena de bondad y, en vez de martillar, parecía que acariciaba la piedra con el cincel. Su respuesta lo explicaba todo.
«¿Qué hago?», dijo el artesano, cuando le preguntó el peregrino. Después, dejó de martillar por un momento, dirigió una mirada llena de gozo a la Iglesia a medio construir y contestó: «Estoy construyendo una iglesia, en colaboración con muchos otros artesanos, que será admirada generación tras generación y que inspirará a muchas personas a conectar con lo divino que hay dentro y fuera de nosotros».
Nacho había terminado su historia sonriendo con una mirada llena de bondad, como si fuera ese tercer artesano. Mientras se echaba hacia atrás, me quedé por un momento sin palabras, como procesando la historia que me acababa de contar y lo que me quería transmitir con ella. Estaba casi con la boca abierta.
– Qué historia tan bonita – respondí, cuando me repuse -. Ya entiendo lo que quieres decir. Realmente, no vivimos la realidad tal cual, sino que la pasamos por un filtro, el de nuestra interpretación.
Participar en la realidad: la acción y el papel que desempeñamos.
– Exacto – continuó, contento de ver el terreno cultivado -. Y lo que es más importante, no existe «la realidad» en abstracto, sino que cada uno la vive desde su participación en ella, desde lo que tú haces en ella. Como has visto, cada persona vivía su trabajo desde lo que ella «pensaba que hacía».
A pesar de la claridad del ejemplo, en ese momento me sorprendió este nuevo concepto. Ahora entiendo perfectamente que interpretas cualquier situación según cómo participas en ella, y que esa participación se compone de dos aspectos:
- Lo que haces. En tu ejemplo sería «estoy tallando una piedra». Es un aspecto objetivo de la realidad.
- Lo que significa para ti lo que haces, que es subjetivo de cada persona.
En aquel taller, un cantero pensaba que «estaba ganando un sueldo», otro que «estaba trabajando con gran habilidad» y otro que «está haciendo una Iglesia que inspìrará a muchas personas». Eso determinaba la experiencia de cada uno, completamente distinta a pesar de estar haciendo lo mismo.
– Ya empiezo a entenderte – dije, aún un poco dubitativo en aquel momento -. Así que vivo la realidad desde mi participación en ella ¿no?
– Te pongo otro ejemplo, Luis – me respondió -. Para ti, en este momento, si estás tan enfocado como parece, tu experiencia es tu participación en esta conversación – me dijo, echándose un poco hacia delante para expresarse mejor -. Eso es lo que significa para ti esta vivencia y eso determina lo que eres en este momento: un conversador apasionado. Aunque fuera de este instante haya cosas que en global sean más importantes, como tus hijos, tu trabajo o tu pareja, en este momento ocupan un lugar residual en tu mente y sólo se activarán si dejas de enfocar toda tu atención en la acción presente.
– Uao… Tal cual – le dije, un poco sorprendido -. Parece como si me leyeras el pensamiento. ¡Ya lo entiendo! – dije, como quien grita ¡eureka! -. Esa frase de «qué soy en este momento» sería como preguntarme «¿qué rol estoy viviendo en este momento?» o «¿Qué papel estoy siendo?». Es una forma de explicar cómo participo en esa realidad, cómo la vivo.
– Exacto – repuso Nacho -. Y ese papel es todo lo que eres en este momento, aunque un momento más tarde pases a representar otro papel, con otra acción y otro significado en mente. Espero que no te suene frívolo lo de «papel» o «rol». Es una forma de hablar, pues vives ese momento con toda autenticidad.
– Casi, casi lo pillo – dije. Ya podía saborear la idea, pero no quería dejarla escapar -. ¿Puedes ponerme otro ejemplo de las distintas interpretaciones de una misma acción?
– Por supuesto, Luis. Entiendo que es un punto de vista nuevo, pero es muy sencillo – Nacho quedó pensativo durante un momento y comenzó -. Imagínate que estás comiendo sin pensar en nada más. Si nos preguntamos «¿quién eres en ese momento?» o «¿qué papel estás viviendo?», lo primero a destacar es que eres una persona que está comiendo.
– Entiendo, ese verbo explica muy bien mi experiencia de la realidad en ese caso – añadí, divertido.
– El segundo paso es ver lo que significa para ti esa acción, es decir ¿cómo la interpretas? Puedes interpretarla como que te estás «nutriendo», que estás «engordando» o que estás «dándote un gustazo». Tu experiencia estará relacionada con uno de esas tres interpretaciones de la misma acción de comer – enfatizó -. Eso determina lo que «estás siendo» en ese momento. Es lo que está «llenando tu ser».
En resumen – concluyó, como si estuviera diciendo la cosa más sencilla del mundo -, en cada momento eres lo que piensas que estás haciendo.
Dime qué haces y te diré quién eres
– Ya veo – añadí. Ahora sí lo había «pillado» -. La utilidad que tiene esta idea es que la acción, es decir el verbo, es una pista inequívoca para saber la experiencia que está viviendo una persona. Por eso dices que el verbo es una ventana indiscreta para comprender plenamente el mundo de la persona, que da una información privilegiada para la labor del coach.
– Yo no lo resumiría mejor – respondió -. Es un hecho tan evidente como útil y te propongo que lo tengas muy en cuenta.
– Fíjate en este mismo momento – dije, como si se me hubiera encendido una luz -. Si alguien quisiera saber cómo lo estamos viviendo las personas que estamos conversando en esta cafetería, podrían preguntarnos en cada mesa lo típico: «¿qué estáis haciendo?»
Unos contestaríamos – continué -: «¿Es que no lo ves? Estamos conversando». Otros, en cambio, dirían «¿Es que no lo ves? Estamos tomando un café».
– Y otros dirían «¿Es que no lo ves? Estamos conversando mientras tomamos un café?» – remachó.
– Jaja, ¡exacto! – contesté -. El verbo que usa cada uno es el reflejo de «lo que piensan que están haciendo».
– ¡Clarísimo! – repuso, sonriendo también – Esta es la clave para entender a las personas.
– Realmente – continué -, somos aquello que tenemos en el primer plano de la mente, lo cual depende de la acción que estamos realizando. Somos el papel que estamos representando en cada momento, somos la acción que realiza el «actor», que es la propia persona.
– Por eso a veces se dice «no pareces la misma persona» – añadió Nacho – ¡Somos tan cambiantes!
– Por eso también dicen que si, además de actor, quieres ser el «director» de tu vida, elijas un propósito que valga la pena y hagas aquello que te lleve a él. Entonces te conviertes en la persona que deseas ser, viviendo tu vida desde un papel acorde a ese gran propósito, y ERES igualmente grande que él.
– Eso es, Luis. – dijo Nacho, casi haciendo ademán de aplaudir -. Cada vez que haces algo relacionado con un propósito que de verdad importa, te conviertes en el héroe de un viaje trascendente. Esa acción significa para ti algo grande y «estás siendo» grande. Por ejemplo, cuando estás hablando con tu hijo para educarle bien, estás siendo el padre que deseas ser, uno de los papeles más importantes de nuestra vida.
Dime qué piensas y te diré qué feliz eres
– Claro – repuse -, y «vestirse con ese papel» sirve tanto para nuestro bienestar como para sacar lo mejor de nosotros. Ya entiendo… – dije, aunque me daba cuenta de que aún había algún cabo que atar… -. ¿Pero qué pasa cuando no estamos realizando ninguna acción?
– Buena pregunta , Luis. – dijo, manteniendo un momento de suspense, como para poner la guinda final -. Bueno,… realmente siempre estamos haciendo algo. Pueden ser acciones físicas o «acciones mentales». Por ejemplo, podemos estar imaginando que le decimos a nuestro hijo cómo tiene que portarse en la clase. Aunque no nos movamos, nuestra imaginación nos hace sentirnos como si en realidad estuviéramos diciéndole eso a nuestro hijo.
– Tienes razón – dije, sorprendido de su facilidad para unir conceptos -. Con mayor o menor intensidad, vivimos lo que imaginamos como si ocurriera en realidad. Es lo que siempre hacemos en los ejercicios de PNL.
Desde ahora – continué -. Pondré gran atención a «qué estoy haciendo en cada momento». Buscaré que esté inspirado en un propósito que me haga «ser» la versión que deseo de mí mismo.
– Estupendo. Ya veo que lo tienes claro – dijo, satisfecho de poder pasar de página y echándose hacia atrás -. Viendo la importancia de la acción que realizamos en cada momento, no te extrañará la importancia que le doy al verbo cuando escucho a alguien ¿verdad?
– Sí, ahora lo entiendo mejor – respondí -. Toda la frase nos dará información para conocer cómo la persona interpreta la realidad, pero el verbo indica la acción, que es la información primordial. El resto es como el contexto del verbo, los adornos de la joya.
– Así es, ¡qué metáfora tan acertada! Ahora vamos jugar con las palabras para que veas la fuerza que tiene cada verbo. Así aprenderás a leer lo que hay detrás de ellos. Digamos que esa es la parte práctica de todo esto.