Las emociones de alta vibración II. El camino de la sabiduría

 En Coaching 4 Evolutions. Las Etapas del Desarrollo, Vida Salvaje de las emociones y los pensamientos.
Un relato de ficción para el desarrollo personal de Daniel Álvarez Lamas
Fin del anterior capítulo. Luis, un experto en inteligencia emocional, habla con Juan, monje de un monasterio. Así acababa su conversación:

Nuestras voces retumbaban en aquella sala amplia y oscura, de techos altos. Me acerqué a él, apoyándome en el bordillo de una mesa.

– Si te entiendo bien, para tener una verdadera claridad mental es necesario un estado de alta vibración – recapitulé -. Con él, nuestro mundo interior se convierte en algo así como un ecosistema muy evolucionado, donde solo florecen las emociones más sutiles.

– Así es. Y a la inversa también – dijo. – Cultivando las emociones más sutiles estamos construyendo el estado de alta vibración.

El hermano Juan me miró cálidamente y en silencio mientras barría. Satisfecho… Yo también le sonreí. Me pareció que podía estirar un poco más la conversación…

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– Me gustaría saber un poco más sobre cómo crear ese nuevo mundo interior – pregunté. – Me parece que es posible sentir esas emociones de alta vibración en etapas anteriores de tu vida, no solo cuando has alcanzado la plenitud ¿No es así? ¿Por qué hablas de esas emociones solo a partir de que florece la sabiduría? 

– Tienes razón, Luis. Realmente, estas emociones ya estaban ahí toda tu vida. Ellas forman parte de nuestro código genético – continuó Juan, al tiempo que barría -. A lo largo de la vida nos asaltan esas sensaciones tan sutiles y potentes como la paz, el amor, la bondad y el gozo pleno. La diferencia es que para que sean el centro de nuestra vida debemos superar las dos primeras etapas, es decir, el aferramiento a nuestra supervivencia y la dependencia del control social.

Una vez liberados de estos dos condicionamientos, llegamos a nuestra etapa de la sabiduría, en la que cultivamos esas emociones deliberadamente con el propósito de mantener el estado de plenitud. Esas emociones sustituyen a otras de menor vibración que campaban a sus anchas en las anteriores etapas.

– Entiendo- repuse, recordando las motivaciones de la pirámide de Maslow -. La gran condición para ese estado de alta vibración es la de dejar atrás los deseos correspondientes a la motivaciones más básicas: supervivencia, sexo, poder o incluso deseo de reconocimiento y cariño.

– Eso es – dijo, iluminándome con una plácida mirada, sin dejar de barrer -. Esas motivaciones más básicas continúan, pero están supeditadas a las emociones de alta vibración. Se da un círculo virtuoso: gracias a las emociones de alta vibración, ganamos claridad y sabiduría… y gracias a la sabiduría cultivamos aquello que ayuda a nuestro estado de plenitud y nos liberamos de aquello que lo contamina.

– Cuéntame más, Juan – dije, mientras me movía para permitirle pasar la escoba debajo de la mesa – ¿Cómo es la vida interior de un sabio? ¿Cómo conjuga en la realidad esas emociones tan cautivadoras para lograr su estado de alta vibración?

– Muy sencillo – respondió. – La paz es la base de todo. Necesitamos una estabilidad en nuestro interior para que las cosas negativas se puedan digerir y para que podamos elegir las positivas. La quietud nos permite que se pose todo el polvo que está en el aire y se haga la claridad para poder cultivar nuestra mente. La paz nos da libertad.

– Mencionaste también el amor como la segunda de estas emociones de alta vibración – recordé. – Juan ¿Qué es para ti el amor?

– El amor de verdad es aquel que no necesita nada a cambio, sino que es una forma de ver la vida- respondió, sonriendo mientras seguía barriendo. – Amar porque sí, porque te abre el pecho para respirar libre, porque te hace vibrar a otro nivel

– Qué bien resumido – repuse. – Cuando se ama esperando algo a cambio no es amor, sino intercambio.

– Amor es felicidad de todos los seres y se consigue gracias a liberarte de la obligación de sólo pensar en ti mismo – continuó, mientras barría mirando para el suelo hasta que se paró para dirigirme una pregunta. – Porque ¿No es cierto que sientes felicidad deseando que los demás obtengan felicidad? De hecho, cuando piensas únicamente en tu propia felicidad no la obtienes realmente, porque hay un egoísmo de por medio que es incompatible con ella. Pensar en la felicidad para todas las personas es una sensación inconmensurable. Es por eso que el amor nos lleva a la verdadera felicidad.
– Claro – dije, sintiendo sus palabras resonando en mí, como una revelación. Tras unos segundos me repuse y continué. – ¿Y cuál era la siguiente emoción de alta vibración?

– La bondad, una virtud relacionada con la compasión – respondió. dándose cuenta de mi asombro – ¿Qué dirías tú que es la «compasión» desde el punto de vista espiritual? – preguntó, estirando la escoba para alcanzar un rincón de la mesa.

– Según el budismo, la compasión es la consecuencia directa del amor puro por los demás. Es compartir el sufrimiento de los demás con el deseo de suprimirlo, pero sin perder la propia felicidad – respondí.
– Eso es – continuó. – Es algo muy parecido a la misericordia, que etimológicamente se compone de miserere (compadecerse) y cordia (desde el corazón) Todas las religiones tienen un concepto parecido. San Juan de la Cruz, Mahoma, la Madre Teresa de Calcuta, ,… Igual que Buda, todos los que tocaron la esencia divina nos recomiendan cultivarla mediante la compasión, que podemos asimilar en la práctica con lo que entendemos por «bondad«, la actitud de compadecerse del sufrimiento de los demás para cultivar lo bueno.

La compasión permite interiorizar los puntos de vista de otras personas, pero no significa sentir lástima. La compasión es la energía de la ternura, que nos permite mojarnos en la esencia del otro. Esta ternura se combina con la plena conciencia, pues se comparte el sufrimiento del otro sin perder el contacto con tu propio centro. Esto nos impulsa a ayudar, a actuar para remediar ese sufrimiento y que la bondad ilumine todo.

– Entiendo – dije. – Puede verse la compasión como un paso más allá de la empatía, pues mantenemos la máxima conexión con el otro junto al cuidado de uno mismo para que la bondad triunfe. La bondad es una empatía de alta vibración.
– Una buena perspectiva, Luis – repuso, parando un momento y sonriéndome como premio a mi interés -. Fíjate en que tanto la empatía como la compasión son conceptos muy relacionados con la comprensión de los demás – continuó, al compás del ritmo con que movía la escoba, con la que parecía que acariciaba el suelo
– Sin duda – respondí, mientras reflexionaba mirando hacia abajo.
– Si quieres ir un poco más allá – continuó, viéndome pensativo,  – piensa que la compasión puede llevarte no sólo a comprender a las personas, sino incluso a comprender cualquier situación difícil. Así, por ejemplo, cuando hay la típica situación de desesperación en que te dices «¿Qué he hecho yo para merecer esto?», puedes aplicar la compasión para dejar de obsesionarte y ver la situación más ampliamente, incluyendo los aspectos positivos que pueda tener. Prueba a hacerlo – dijo, parándose un momento – ¿Qué pasaría si en vez de maldecir esa situación la ves como una manifestación de la vida que todos amamos?
Me quedé en silencio unos instantes. Era demasiado chocante… Eso de «respetar» una situación desagradable,… pensar que no tiene mala intención… Juan siguió barriendo, dejándome pensar.

– Ya entiendo. – dije, al fin -. Al tener malos sentimientos hacia algo externo, estamos masticando nuestro propio veneno. Esos pensamientos negativos nos arrastran a nuestra propia infelicidad. Si respetamos la realidad tal como es, podemos aceptarla en un ambiente interior de serenidad. Está claro que la compasión hacia las personas y las situaciones no solo nos permite comprenderlas, sino que además desvanece nuestra nube de malos sentimientos, que nos arrastran a la ignorancia ¡La compasión es imprescindible para la sabiduría, sin duda!

– Exacto, Luis – replicó, parándose y recuperando su tono más profundo y arcano -. Los malos sentimientos son la fuente de la ignorancia: nos focalizamos sólo en un aspecto reducido de la realidad. Si la respetamos y la valoramos, como si fuera una persona a la que queremos aunque no sea perfecta, nuestro estado de alta vibración florece, y nuestra sabiduría y comprensión también.

– La compasión es una técnica de rendimiento mental ¡Qué interesante! – exclamé, divertido -. A veces nos basta con decir «cuánto tengo que agradecer por todo lo bueno que tengo”. Siempre lo hay, si nos paramos a mirar.

– Es algo más que una técnica – precisó Juan, volviendo a barrer. – Si nos olvidamos de que la vida es un milagro maravilloso, nos olvidamos de la creencia central de la sabiduría. No hay nada más admirable, nada más eterno, nada más hermoso que la vida. La persona es sólo un accidente, – dijo, con un tono más apagado e íntimo -, pero un accidente milagroso, compuesto de la misma alegría de la que se compone la vida. Solo de nosotros depende aprender a vivirla. El propósito de la existencia humana es fundirse con ella – concluyó.

– Ya… – dije, interiorizando sus palabras -. El principio básico es «dar gracias a la vida» ¡Ni más ni menos que tratar a la vida con respeto! – exclamé, sorprendido por descubrir algo tan obvio y revelador a la vez. – Esa es la fuente del gozo pleno.
Juan sonreía en silencio. Su rostro parecía el de un ángel. Sin duda, estaba sintiendo ese gozo. No me extraña que saliera de él tanta sabiduría.
– No lo podría haber dicho mejor, Luis. Debemos tratar a la vida como a un ser querido, pues también es algo vivo – dijo, mirándome unos momentos en silencio. – Ahora, si me disculpas, veo que me estoy retrasando y que no voy a acabar de barrer a tiempo – dijo, mirando el reloj redondo de la pared.

– Pero veo que hay algo aún más importante – respondí, pensativo. – La compasión por uno mismo: aceptarnos y valorarnos tal como somos.

– Sin ninguna duda – respondió Juan como un resorte. – Este es el principal entrenamiento del sabio. Dar gracias a la vida es dar gracias por existir, por ser un individuo. Dar gracias a la vida es valorar la propia existencia. Cuando tienes un sentimiento difícil hay una forma infalible de evitar que éste contamine todo tu mundo interior. Puedes guardar y cultivar siempre esa parte de ti que da gracias por existir. Siempre, siempre está ahí. Esa parte mantiene latente un estado brillante de compasión. Utilízalo. Desde ahí podrás ayudar y sostener a cualquier otra parte de ti que sufra un sentimiento difícil. Esa será tu parte de conciencia más elevada y es la base de toda la gestión emocional de alta vibración.

– No se me ocurre una forma más pura y sublime de expresar amor – dije, con el corazón lleno. -… Amor inconmensurable, amor incondicional.

– Esa es la fuerza que nace de nosotros para unirnos a los demás, a la vida y a nuestra esencia por encima de cualquier circunstancia. Eso es lo que nos hace brillar – dijo, emocionado también -. Cuando el amor se une a la compasión, genera una fuerza imparable: el amor compasivo o, si quieres, el amor bondadoso.

– Entiendo… Solo una cosa más, Juan – dije, siguiéndole al nuevo lugar al que se dirigía a barrer, cadencioso -. ¿Cómo es esa alegría de la que hablamos? Dijiste que era otra emoción que el sabio debía cultivar pero la hay de muchos tipos.

– Por supuesto, Luis. – dijo, barriendo cada vez más ágilmente, aunque sin perder la calma en el hablar -. Es importante diferenciar de qué tipo de alegría estamos hablando. Hay una alegría que puede llevar a la dispersión, a no prestar atención y a evadirse de la realidad. Eso no nos lleva a la sabiduría. Por eso, la típica persona precavida no se entrega a la diversión tan fácilmente ni se desinhibe como un fin en sí mismo.
– Claro – intervine, queriendo alargar la conversación -. “Diversión” viene de “diverso”, que puede significar “disperso”. La alegría de la que hablamos se relaciona más con la palabra “disfrute” o «gozo». ¿Quieres decir que el sabio no se divierte?

– El sabio se divierte viviendo la realidad, no huyendo de ella – respondió dejando una pausa. – La alegría del sabio es la liviandad que le permite flotar, saltar de una perspectiva a otra hasta encontrar la más adecuada para entender la realidad. Esa sensación de «juego» es una característica de la sabiduría. Está muy relacionado con el “sentido del humor”.

– Claro. Reírse de todo permite cambiar la perspectiva… ¡Y reírse de uno mismo ya ni te cuento! ¿Y cómo puede reconocerse ese tipo de alegría? – pregunté, para ir al grano lo máximo posible. – ¿Cómo puede crearse?

Pero Juan ya no me escuchaba. Estaba completamente centrado en su tarea. Aunque no quería contrariarme, tampoco podía continuar hablando. Yo no quise forzarle tampoco y me aparté en silencio. De repente noté una presencia junto a la puerta.

– Buenos días – dijo una voz masculina.

– Buenos días – contestamos Juan y yo como un eco, al tiempo que nos girábamos.

– Parece que Juan ya no puede ayudarte – me dijo aquel hombre con sonrisa socarrona y mirada amable.

– Oh, señor prior, discúlpeme – dije, azorado.

– ¡Es un alumno muy pertinaz! – dijo Juan refiriéndose a mí y riéndose de la sorpresa y de mi susto.

– No te preocupes, Juan – le dijo el prior -. Yo atenderé a nuestro invitado.

Juan le sonrió ampliamente y continuó barriendo  El prior era un hombre entrado en años pero fuerte y un poco rudo. Le conocía porque era familiar de un buen amigo, aunque nunca había conversado con él.

No sé cuánto tiempo llevaba allí. Pero, por lo que pude ver después, lo suficiente. El prior me ofreció que le acompañara.

– Gracias, Padre prior – le respondí mientras salíamos de la sala.

– De nada, gracias a ti por la visita No es muy habitual – continuó -. Creo que te conozco ¿Cuál era tu nombre?

– Luis Castro – respondí, con agrado de que me recordara

– Ah, si. Luis. Ya recuerdo – dijo, con tono paternal -. Estabais teniendo una conversación interesante tú y Juan.

– La verdad es que sí – repuse, mientras seguíamos caminando. – Fray Juan se quedó ensimismado al irnos, como recogiéndose en su mundo interior ¿Está siempre así?

– Jaja, no te extrañe, Luis – respondió el prior. – Aquí le llaman «el asceta» porque siempre está en ese estado de  libertad interior y de felicidad ¡No es nada fácil ni para un fraile! Él vino aquí ya con esa intención y es una gran inspiración para los demás. Como él dice, debemos cultivar en nuestro interior la paz, amor, bondad y gozo como forma de vida monacal.

– Por supuesto – repuse, pensativo unos instantes. – ¿Sabe qué? Creo que, en mayor o menor medida, cualquiera lo podemos aplicar en nuestra vida.

El prior se sonrió guardando silencio mientras nos acercábamos a la puerta de salida. Los pasos resonaban en aquel amplio pasillo.

– Me parece un excelente propósito, Luis – me dijo, mientras me abría la puerta con una sonrisa fraternal. – Vuelve cuando quieras.

 

Gracias por tu atención. Espero que te haya gustado. Cualquier aportación o corrección que creas oportuna será bienvenida en daniel.alvarez@benpensante.com. 

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Mostrando 2 comentarios
  • Mª Teresa
    Responder

    Sublime.
    Pocos artículos he leído que me hayan cautivado tanto.
    Gracias.

    • Daniel Álvarez Lamas
      Responder

      Gracias Teresa

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