Las emociones de alta vibración I. Tocando lo sublime
El hermano Juan me había prometido explicarme su perspectiva sobre las emociones. Este monje fue un destacado antropólogo, que realizó diversas investigaciones sobre las emociones que él consideraba sublimes: la bondad, el amor, el gozo y la ecuanimidad. Se basaba en una amplia diversidad de autores, así como en sus propias experiencias personales con el arte, la religión y la meditación.
Yo había encontrado su obra por casualidad. Un amigo que le conocía me prestó uno de sus libros descatalogados. Gracias a él, pude darme cuenta de la profundidad de su investigación. No paré hasta que mi amigo nos presentó. El hermano Juan fue muy amable y accedió a tener una conversación conmigo. Fue un poco diferente de lo que imaginaba, pero no adelantemos acontecimientos.
Llegué temprano al monasterio. Quería escuchar la misa cantada de las nueve. No encontré a nadie en la recepción, así que me dirigí a la cripta. Caminando por aquellos corredores, pensaba que los monjes benedictinos no tienen miedo de los visitantes. Hay pocas cosas materiales que robar. La suya es una riqueza de paz y de serenidad…
Los cánticos de aquellos monjes me conmovieron. Eran de tal belleza que me inundaban sentimientos de amor y de gozo. Al final de la misa, los monjes salían ordenadamente hacia sus quehaceres diarios. El hermano Juan me vio y se acercó a saludarme.
– Hola Luis ¿Cómo estás? – me dijo.
– Pues todavía con la piel de gallina, Juan ¡Es maravilloso escucharos! – le respondí.
El hermano Juan se rio sin darse importancia, alegre porque yo estuviera tan emocionado.
– Imagino que vienes para conversar – continuó.
– Sí, hermano Juan – respondí-. Muchas gracias por recibirme. Quiero saber más de esas emociones de alta vibración de las que hablas en tus libros.
– Muy bien, Luis. Creo que tengo un ratito antes de barrer el comedor. Podemos hablar allí mismo. Ven conmigo.
Seguí a Juan hasta el comedor por un laberinto de pasillos por los que se movía como pez en el agua.
Nos sentamos en una de las mesas, Juan se concentró durante un momento y comenzó a hablar con una mirada cálida y serena.
– ¿Me permites que grabe nuestra conversación? – comencé.
– Por supuesto – contestó – ¿Por dónde quieres que empecemos?
– Pues, sencillamente… ¿Cómo se generan esas «emociones de alta vibración»? – pregunté.
– Muy bien – murmuró, con un gesto pensativo, antes de comenzar a hablar -. Verás, Luis, las emociones son, como sabes, un fenómeno animal. En realidad, son la principal ventaja evolutiva de los mamíferos en general sobre las demás especies.
– Cierto, Juan – respondí. – Sentir una diversidad de emociones significa un gran avance respecto a sentir únicamente el binomio dolor-placer.
– Exactamente – asintió. – Pero lo realmente importante para entender mis estudios es que la raza humana ha llevado esta ventaja hasta su máximo exponente. Tanto es así, que las emociones evolucionan dentro del ser humano a lo largo de su vida, convirtiéndole en un animal casi divino.
– Ahá – musité, fascinado por la naturalidad con la que dijo algo tan sorprendente.
– Cada etapa de la vida tiene sus propias emociones – continuó -, aquellas que aprendemos a utilizar. En la infancia y juventud nos centramos en las emociones básicas: miedo, sorpresa, enfado, asco, alegría, tristeza y desprecio. Las descubrimos en toda su intensidad y las aprendemos a manejar para conseguir nuestros propósitos. Aprendemos cuándo debemos reprimirlas y cuándo son adecuadas para alcanzar lo que deseamos.
– ¿Quieres decir que aprendemos a manipular? – inquirí.
– Entiendo – repuse. – Esto es lo que nos lleva a actuar de forma parecida a los demás. No solo aprendemos a seguir la norma social, sino que nos convertimos en partidarios de ella. Nuestro deseo de generar comunidad se convierte en la necesidad de que todos nos sometamos al clan, incluidos nosotros mismos. Esto me cuadra.
– Exactamente, Luis – contestó. – De ahí surge una consecuencia fundamental para el asunto de nuestra conversación: la norma común establece cómo «debemos» comportarnos y sentirnos en cada momento. Es decir, hay una forma común de sentir las emociones. Las emociones se convierten en un fenómeno colectivo. Si no las seguimos nos sentimos culpables – completó Juan. – Esto es una parte fundamental de lo que se llama el «control social».
– Claro – contesté -, durante esa etapa «social» toman todo el protagonismo emociones como la culpa, la vergüenza y la decepción cuando alguien no actúa o se siente «como debería». El reproche del entorno es la vía del control social.
– Sí. La conjunción de la socialización junto a nuestro desarrollo mental hace que el ser humano pueda sentir emociones «sociales» como la envidia de lo que otros tienen, el orgullo personal o de pertenencia, los celos por poseer el aprecio de otra persona,… – añadió Juan. – Las emociones sociales generan un organismo colectivo: la sociedad.
– Claro. Dicen que los mamíferos tienen las emociones básicas, ¡pero éstas seguro que no! – dije yo.
– No, Luis. Tienes razón ¡Una ventaja más que tienen! – contestó, sonriendo -. En realidad, estas emociones son el cemento de nuestras relaciones sociales, las cuales forman un sistema prodigioso. La sociedad es el sistema al que entregamos nuestra libertad personal.
– ¿Y en dónde encajan las emociones de alta vibración? – inquirí.
– Ese es el siguiente paso en la evolución vital – continuó, con su tono sereno. – Comprender plenamente a los demás y la confianza que te da convivir en sociedad te lleva a la plena madurez mental. Con ella, poco a poco, vas encontrando una nueva dimensión con la que antes no contabas en absoluto: el mundo interior.
– Entiendo – repuse. – Gracias a la madurez mental, te comprendes más a ti mismo y vas descubriendo una enorme riqueza interior.
– En ese mundo interior descubres emociones maravillosas, Luis. Un inmenso tesoro – continuó, con un tono más intenso. – En tu juventud, las emociones eran como una marea que te arrastraba con una fuerza indomable, la calma de la madurez te permite encontrarte con el disfrute de las emociones más sutiles, que yo resumo en cuatro: la bondad, el amor, el gozo y la paz. Los budistas les llaman las cuatro inconmensurables, aunque las definen como compasión, amor, alegría y ecuanimidad. Al final, es lo mismo.
– Hmmm. – repuse, pensativo. Miraba al hermano Juan pero no le veía. Estaba inmerso en un mar de sensaciones, representándome ese mundo emocional que el monje desplegaba ante mí con tanta precisión. Él también estaba como en trance, evocando en su interior todo aquello que estaba explicando.
– En ese camino interior, llegas a sentirte como si estuvieras en la mesa de un restaurante de alta cocina, degustando los platos más exquisitos, las delicatessen más selectas. Con el tiempo, tu mayor propósito es el de sentir esas emociones tan sutiles como intensas. Llegas a disfrutar casi continuamente del estado de alta vibración en el cual habitan esas emociones.
– Uao! Eso suena muy fuerte – exclamé – … Y lógico a la vez.
– Es la lógica del corazón, la más poderosa, porque ese estado de alta vibración tiene una consecuencia en nuestra mente: la clarividencia – dijo, mirándome directamente a los ojos, y sonrió bondadosamente. – Las emociones más básicas provocaban nuestras reacciones inmediatas. No permitían pensar con claridad sino que nos arrastraban. Con el estado de alta vibración, todo ese ruido y esa oscuridad desaparecen. Las emociones de alta vibración aumentan nuestra percepción en un escenario limpio, de forma que alcanzas un grado de intuición antes inimaginable. Se produce lo que podríamos llamar el despertar de la sabiduría plena. Comprender todo en su naturaleza más profunda se convierte en algo natural.
Y Juan se levantó. Se diría que la charla había terminado.
– Y ahora, si me disculpas, debo barrer el comedor antes de que vengan a prepararlo para el almuerzo – dijo, cogiendo el escobón que había en una esquina.
– No me puedes dejar así, Juan – le respondí, levantándome también.
– No te preocupes. Podemos seguir un poco si no te importa que hablemos mientras barro ¿Qué más deseas saber? – me preguntó, mientras comenzaba a barrer por una esquina.
Nuestras voces retumbaban en aquella sala amplia y oscura, de techos altos. Me acerqué a él, apoyándome en el bordillo de una mesa.
– Si te entiendo bien, para tener una verdadera claridad mental es necesario un estado de alta vibración – recapitulé -. Con él, nuestro mundo interior se convierte en algo así como un ecosistema muy evolucionado, donde solo florecen las emociones más sutiles.
– Así es. Y funciona a la inversa también – dijo. – Cultivando las emociones más sutiles estamos construyendo el estado de alta vibración.
El hermano Juan me miró cálidamente y en silencio mientras barría. Satisfecho… Yo también le sonreí. Me pareció que podía estirar un poco más la conversación y además es que no me podía quedar a medias …
Continúa en la segunda parte:
https://universos.es/emociones-de-alta-vibracion-ii-el-camino-de-la-sabiduria/
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– Me gustaría saber un poco más sobre cómo crear ese nuevo mundo interior – pregunté. – Me parece que es posible sentir esas emociones de alta vibración en etapas anteriores ¿No es así? ¿Por qué hacen florecer la sabiduría solo en esta última etapa?
– Realmente, estas emociones ya estaban ahí, Luis. Forman parte de nuestro código genético – continuó Juan, al tiempo que barría -. A lo largo de la vida nos asaltan esas sensaciones tan sutiles y potentes como la bondad, el amor, la paz o el gozo pleno. La diferencia es que en esta nueva etapa las cultivamos deliberadamente con el propósito de mantener el estado de plenitud ideal para nuestro juego interior. Creamos así el entorno adecuado para que surja la sabiduría. Esas emociones sustituyen a otras de menor vibración que campaban a sus anchas en las anteriores etapas.