Trascendencia y los personajes inventados

 En Coaching 4 Evolutions. Las Etapas del Desarrollo, Vida Salvaje de las emociones y los pensamientos.

Gracias a Nuria de Castro y a Jordi Gómez (monje budista) por su ayuda

 

Aquel domingo me desperté pensando en la conversación que iba a tener con Francisco. Me había pedido que le hablara un poco más sobre el camino espiritual. En particular, sentía curiosidad por la idea de que estamos atrapados por nuestra visión egoísta y lo que ganamos cuando superamos el protagonismo del «yo».

A Francisco no le gustaban las entelequias, pero en nuestras conversaciones anteriores había podido comprobar su deseo de comprender hasta el final cómo funciona la mente para así lograr una felicidad duradera.

Su profesión de actor de teatro le permitía intuir que los personajes que nos creamos, incluido el yo, pertenecen a un sistema que percibimos como una totalidad, de forma indisoluble. Veía que podemos ser ese personaje del «yo» pero que también podemos sentirnos ese sistema, ser esa totalidad, como le pasa cuando está actuando, que se siente unido a toda la escena y a los demás personajes de forma indisoluble.

Recién despertado, las ideas me fluían con facilidad, así que me levanté para revisar mis notas sobre este tema y perfeccionarlas. Todo giraba en torno a comprender bien los conceptos de yo y de globalidad. Eso sería un paso importante en su recién comenzado camino espiritual. Por otro lado, actuar como mentor lo sería también para el mío.

Mi punto de partida es aquello en la física cuántica y la neurociencia coinciden con la filosofía espiritual más antigua, como los vedas hindúes, el taoísmo o el budismo:

“La mente de quien percibe está creando la realidad momento a momento.“

La física cuántica es la ciencia que investiga las fibras de las que está compuesta la realidad, más pequeñas que un átomo. Sus experimentos demuestran ya de forma absolutamente consolidada que esas fibras infinitesimales contienen en cualquier momento infinitas posibles realidades ¿Cuándo se concretan en una realidad determinada? En el momento en que estos científicos observan dichas partículas[1]. Es decir, la realidad no es algo que percibimos, sino que esta se crea a partir de que le prestamos atención.

La diferencia es que si preguntas a la ciencia cuál es la causa de que la naturaleza goce de una armonía tan absoluta, te responderá que es “porque es así”, es decir, que esa armonía es algo intrínseco a ella. Esta respuesta de la ciencia implica que hay algo inmaterial que crea esa armonía en lo que nos rodea, en lo que vemos y oímos. ¿Qué palabra puede definir “algo inmaterial que crea armonía en lo material”? Podría llamarse Dios, pero prefiero llamarla inteligencia universal.

Esta idea de “la inteligencia que hay detrás de todo y que organiza la naturaleza material” es la base de las tradiciones espirituales. La denominan también conciencia o mente universal. También lo explica la filosofía occidental, desde Platón cuando dice que las ideas organizan nuestra realidad material, hasta Spinoza, que demuestra desde la lógica matemática que los seres humanos no somos más que la naturaleza manifestada e inseparables de esa mente universal[2].

Este descubrimiento se parece mucho al concepto de vacuidad que te encuentras en diversas tradiciones espirituales y filosóficas desde la antigüedad, particularmente el budismo.

La vacuidad no es un espacio vacío en el que no hay nada, sino que quiere decir que nada existe por sí mismo, pues todo forma parte de una unidad global. Esa unidad global se manifiesta en la realidad observable, en la que parece que hay cosas separadas. La vacuidad nos dice que eso es una ilusión, pues nada es independiente. De hecho, eso que observas ahora mismo está plenamente vinculado a ti.

Hoy sabemos científicamente que la realidad no existe en sí misma. Esta solo se manifiesta cuando hay consciencia de ella, es decir, cuando alguien la observa.

Las tradiciones espirituales han explorado a fondo esta consciencia desde la meditación, que no es más que prestar atención a lo que percibes en tu interior. Desde un estado de máximo rendimiento mental y de serenidad, han investigado las imágenes internas y el diálogo interior, junto a todas las demás realidades de nuestra mente, hasta niveles mucho más profundos que los que llega cualquier persona no entrenada. Se crea así lo que llaman “elevado estado de consciencia”.

La neurociencia ha validado lo que el budismo ha descubierto mediante estos elevados estados de conciencia, trabajando codo con codo con monjes budistas. Es muy conocida la colaboración de Richard J. Davidson[3]  y el Dalai Lama entre muchas otras.

En general, la explicación que da el budismo sobre cómo funciona la mente coincide con lo que la neurociencia está descubriendo:

“La realidad percibida no está fuera, sino que es una especie de ‘simulación’ generada por nuestro cerebro en gran medida a partir de lo que hemos aprendido.[4]

En nuestro día a día podemos comprobar esto, por las interpretaciones tan diferentes que podemos hacer del mismo hecho, aún procediendo del mismo entorno cultural.

Me agradó ordenar estas ideas porque las validaciones de la ciencia me permitían ir con seguridad a hablar de algo tan importante como nuestro mundo interior. En definitiva, todo se resumía en:

  • “La mente de quien percibe está creando la realidad momento a momento.“
  • “La realidad percibida no está fuera, sino que es una especie de ‘simulación’ generada por nuestro cerebro en gran medida a partir de lo que hemos aprendido. “

Elijo el budismo como principal fuente porque es la tradición que investiga a fondo cómo funciona la mente para ayudar a las personas a su desarrollo espiritual. Según esta y otras tradiciones, el gran desafío en ese camino es investigar la idea que tienes sobre ti mismo/a, es decir, sobre el “yo”. Lo que básicamente dice el budismo es que esa idea del “yo” no existe en sí, sino que la construimos tal como nuestra mente se desarrolla. Es un protagonista muy práctico para poder gestionar tu mente. Comprender esto es la llave para comprender el funcionamiento de la mente.

La idea de que el “yo” no es algo real sino una idea construida por la mente coincide, además de con la neurociencia, con las precisas investigaciones de Jean Piaget sobre la creación de la mente del niño/a y con las técnicas de disciplinas como la Programación Neurolingüística.

Los seres humanos que alcanzan un elevado estado de conciencia explican que no existe el “yo” ni el “tú” ni ningún otro personaje. Dicen que solo hay una realidad global y que realmente no existe separación entre nosotros y lo que percibimos, sean personas, animales o cosas. Esto tiene relación con el concepto de vacuidad que comentamos antes.

Es decir, que cuando pienso “ese perro me está molestando”, en el fondo sería algo parecido a si pensara “ese grano me está molestando”. Tanto el perro como el grano son parte de mí, pues yo soy toda la realidad que concibo. No existo como ente separado realmente, a pesar de que mi mente necesite hacer esta distinción a efectos prácticos. Fuerte ¿verdad?

Nuestra mente percibe de forma separada lo que nos rodea para que interactuemos de forma eficaz con ello. Ese escenario externo, que vivimos como la realidad, es una ilusión según la física cuántica y las personas que alcanzaron el mayor nivel de introspección.

Todo ello es aprendido en nuestra educación con el objetivo de manejar nuestra mente adecuadamente, lo que contribuye a esa armonía universal. En esa sabiduría última, realmente somos el universo, pues el “yo” es una invención útil de la mente.

Esto podría explicar lo poco que dura la satisfacción cuando culminamos cualquier éxito o bien material, a pesar de que nos educan para perseguirlos. El verdadero gozo necesita de una conexión con la armonía y la paz universal, así como con el amor y con la felicidad de todos los que nos rodean.

Por experiencia, sabemos que la felicidad procede de dos vías:

  1. De las experiencias de plenitud o flow en las que nos conectamos plenamente con la actividad que realizamos hasta el punto de olvidarnos del “yo”. El psicólogo investigador del flow Csíkszentmihályi las llama experiencias cumbre.
  2. De ayudar a otras personas o a un bien colectivo, conectando con ellas.

Es por ello que las tradiciones espirituales nos explican que, para alcanzar esta felicidad, es necesario hacer un camino vital de deshacerse del “yo”.

 

Tras reflejar estas reflexiones en mis apuntes, me veía preparado para la conversación con Francisco. Me encontré con él junto a la catedral de Lugo, para charlar tranquilamente paseando por la muralla romana. Todavía hacía frío en aquella época, pero a esa hora el sol ya calentaba y había aún poca gente.

– ¿Cómo estás Luis? – me dijo, quitándose el guante para dame la mano efusivamente.

– Bien, Francisco ¿y tú? – le respondí, sonriendo.

Comenzamos a pasear tranquilamente, parándonos en alguna parte especialmente interesante de la muralla, un precioso testimonio vivo de la Roma clásica de dos kilómetros de circunferencia. La conversación se ponía cada vez más interesante y, en un punto, Francisco preguntó:

– Luis, pero ¿Cómo pensar sin introducir los personajes del  “yo” y de los “otros”?

– Realmente, no es tan difícil – respondí. – Solo es cuestión de pensar que eres un verbo en vez de la persona que lo conjuga. Por ejemplo, en vez de decir que hoy has disfrutado de una conversación, puedes decir que hoy ha surgido el disfrute en esa conversación. En vez de decir que esa persona se ha enfadado porque tiene un arañazo en el coche, puedes decir que ha surgido enfado por esa razón.

– Qué tontería… – dijo, sonriendo con tono burlón.

– Ya me parecía que sonaba raro tal como te lo estaba diciendo – continué, sonriendo. – Pero fíjate bien, porque es algo tan evidente que pasa desapercibido. Para comprender a esa persona que se enfadó por el arañazo de su coche, espontáneamente te imaginas la escena y su emoción… y  por tanto estás reproduciendo en tu interior esa misma escena y esa emoción. Al final, estás viviendo esa realidad tú también, quizá menos intensamente.

– … O no – repuso Francisco. – ¡Hay veces que al imaginar algo le das aún más importancia!

– Exacto – respondí, satisfecho del eco que había tenido la explicación. – Tú no reaccionas porque suceda algo en el exterior sino solo cuando eres consciente de ello. Cuando pasa a ser parte de tus pensamientos, eso exterior se convierte en parte de ti.

– Sí, claro – dijo él. – Ojos que no ven corazón que no siente.

– Es muy sencillo – expuse, echándome un poco hacia delante. – Tenemos en nuestro cerebro la fuente de la empatía: las neuronas espejo. Ellas nos permiten reproducir la escena del arañazo del coche que nos cuenta nuestro amigo y también nos reproduce su enfado.

– También puede pasar que su enfado nos produzca alegría si nos cae mal ¿no? – inquirió, de nuevo sonriendo.

– Por supuesto, Francisco – contesté. – Pero el caso es que todas ese mundo que conoces lo estás viviendo en tu interior, con todo el elenco de emociones: enfado, alegría y todas las demás. Es como un teatro interior en que vives las emociones de todos esos personajes, tanto del “yo”, como del “tú” como de todos los demás.

– ¡Claro! – exclamó. – Es como cuando nos ponemos tristes viendo un drama en la tele… O como el miedo que pasamos en una película de terror. Lo vivimos como si estuviera pasando. Realmente solo hay una mente consciente, la nuestra, produciendo una realidad que vivimos y que ni siquiera está ocurriendo.

– De ahí viene el desafío del budismo – afirmé, – que consiste en hacer todo lo posible por el bien de todos los seres. No puedes ser feliz siendo consciente de lo mal que se sienten otros, pues eso también se está produciendo en tu interior y te produce enfado, miedo o tristeza.

– Pero si necesitas que todo el mundo sea feliz, entonces la felicidad es imposible – dijo, pensativo.

– Ahí está el detalle – respondí. – No necesitas que todos sean felices sino orientarte a la felicidad de todos los seres. Lograrla es un reto, una intención, no una condición para ser feliz,… Si tienes ese reto de alcanzar la felicidad de todos los seres como forma de vida, puedes llegar a la felicidad.

– Si fuera tan fácil… – repuso, reflexivo.

– Esa es la cuestión: es un camino largo de sabiduría, pues nuestros instintos y la forma en que aprendemos a vivir nos desvían totalmente de esta perspectiva – aduje.- Este es el papel de la compasión budista, que es la principal palanca para la felicidad en la práctica.

– ¿La compasión? – inquirió – ¿Qué quieres decir?

– Para los budistas, se trata de darse cuenta de que todos los seres sufren por sentirse aislados, cosa que hacemos por estar confundidos, por buscar sólo el interés personal, incluso solo la propia felicidad – reflexioné. – La compasión te permite conectarte con ese sufrimiento que todos compartimos  de estar aislados, pero desde tu luminosidad y armonía para así ayudarte a ti mismo y a todos a trascender este aislamiento.

– ¿Ayudarte a ti y a todos? – preguntó.

– No haces diferencia, la felicidad sólo  se consigue en equipo, y ese equipo se llama universo – respondí. – Sin prisa, sin apegos, sin personalismos, sin personajes, solo generando luminosidad. Trascender el aislamiento consiste en comprender que todos somos uno.

– Esto me recuerda a una persona que admiro, Francisco de Asís – explicó Francisco, con una repentina serenidad. – Él decía que todos los animales y cosas eran sus hermanos. En una ocasión fue capaz de amansar con naturalidad a un lobo que tenía aterrorizado al pueblo desde su actitud  de que era su “hermano lobo”.

– Sin duda, es un buen ejemplo de confiar en el poder de superar el aislamiento y conectar, Francisco.

– ¿Qué es eso de la luminosidad? – interrumpió Francisco. – Suena bien, pero…

– El ser humano es conciencia, por tanto, es lu. Somos acción, algo dinámico, vivo, vibrante.

– ¡Uao! – exclamó.

– Cuando vemos las cosas desde la perspectiva egocéntrica, surge el deseo de poseer y el miedo a perder, así como el enfado o la tristeza. Esto es algo oscuro, turbio, ruidoso y desagradable – expliqué, incorporándome un poco más. –  Pero, cuando salimos de ese egoísmo y conectamos de verdad con los demás o con la vida que estamos creando, somos luz, amor, fuerza, disfrute, sabiduría, bondad,…

– La verdad es que tienes razón – concedió. – Siento que tengo dentro esas dos versiones y son muy distintas.

– ¡Y tanto! Es algo muy real – añadí. – Si te fijas en tu cuerpo cuando estás en una u otra versión, verás que son dos estados corporales muy claros. Es como si sintonizaras con emisoras muy distintas, porque una de ellas es local y la otra es universal.

– Qué curioso, ahora lo veo claro precisamente porque en este momento siento de alguna forma esa luminosidad – repuso. – Me encantaría tener dentro de mí siempre esas sensaciones y ese estado. Me parece que es la mejor forma de cuidarse uno y, además, es la mejor forma de ayudar a los demás.

– Cómo me alegro, Francisco. Desde esa perspectiva no cabe la polaridad de egoísmo y altruismo. Es pura sabiduría…

– Tienes razón, es como si se despertara una certeza que estaba ya ahí: realmente, no gano nada con buscar que gane siempre ese personaje al que llamo “yo”. Prefiero cuidar todo ese espacio en el que ocurre lo que pienso, cuidar mi mente. Y eso implica cuidar lo que hay dentro  y fuera de ella, tanto personas como cosas, para que esté limpia y saludable.

– Tú lo has dicho, Francisco. En realidad, vivimos en ese teatrillo interior donde imaginamos el yo y los otro – añadí… – Y claro que puedes cuidarlo ¿qué tienes que perder?

– Pues nada, Luis.

– Al final, eres lo que sucede en ese espacio, eres la acción que se está viviendo dentro de ti. La liberación total es cuando ese espacio está limpio, brillante, luminoso. En ese momento sentimos toda la fuerza del universo sin condicionamientos.

– Es cierto… – afirmó, con una luz especial en los ojos. – Esa es la sensación del amor sincero, de la alegría en calma, que es la que carece de egoísmo y te da la plenitud. Ese es el sencillo gozo de vivir.

– Es por eso que dicen que en nuestra esencia somos amor y alegría… Y la vida es un camino para desnudar lo accesorio y encontrarnos con nuestra propia esencia.

El paseo había acabado. Nos miramos sin hablar y nos dimos un abrazo. Aún recuerdo vívidamente la sensación de fluidez y felicidad de todo aquel domingo.

 

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[1] Una buena explicación, dentro de la complejidad del tema, es la que da Erwin Schrödinger con el ejemplo denominado “el gato de Schrödinger”.

[2] En su admirable obra “Ética”.

[3] Doctor en Neuropsicología, investigador en neurociencia afectiva y profesor de Psicología y Psiquiatría en la Universidad de Wisconsin (EE.UU).

[4] Por ejemplo, puede verse en “El cerebro y el mito del yo”, de R. Llinás o “Y el cerebro creó al hombre” de A. Damasio.

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