Vida salvaje de las emociones. Capítulo 10. Cómo aprender de una deuda emocional

 In Vida Salvaje de las emociones y los pensamientos.

Un relato de Daniel Álvarez Lamas. 

Con la ayuda de Andrea Caride, Renata Otero, Marián Cobelas y Nuria de Castro.

Leído en el anterior fascículo:

Aquello fue como un enorme descubrimiento: emociones salvajes que crecen dentro de las personas y que pueden verse como sus “mascotas”, las personas como un ecosistema,… Todo encajaba con intuiciones que había tenido sobre las emociones, pero que no era capaz de describir. Max tenía en su mente todo sobre la vida salvaje de las emociones.

– Max, ¿y qué es lo que hace que las mascotas cobren tanta vida? – pregunté, para prolongar el hilo de su metáfora.

– Muchas cosas influyen, pero, principalmente, cada actor tiene, en cada momento de su vida, una emoción que le deja marcado – dijo. Ahora hablaba más despacio, como desde un lugar más profundo. – Esa persona se ve sometida a una situación para lo que no está preparada y que no puede masticar. Entonces se despierta una emoción de fondo, como el miedo, el enfado o la tristeza, que lo impregna todo.

El impacto de esa circunstancia es tan grande que esa emoción se desborda, se sale de madre. Según sea capaz de manejarla, se convertirá en su «fiera» o en su»mascota».

– ¿Y cómo afecta eso al trabajo del actor? – le pregunté.

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– ¿Y cómo afecta eso al trabajo del actor, Max? – le pregunté.

– Te pondré un ejemplo – me dijo, tuteándome por sorpresa y bajando su tono como para hacerme una confidencia. – Hace poco tuve una actriz, Eva, que había sufrido un grave problema familiar. Se sintió enormemente enfadada con su madre, pero no fue capaz de manifestarlo, o, al menos, no consiguió hacerlo de la forma adecuada. Ese enfado se le quedó impregnado.

Es como si, por no ser manifestada, la emoción no hubiera logrado evolucionar y se hubiera quedado cristalizada en el interior de Eva. Eso es lo que llamo una deuda emocional.

– Una deuda emocional que queda cristalizada, … Entiendo. – dije asintiendo, mientras buscaba acomodo a esta nueva idea.

– Esa deuda emocional salpicaba todo lo que Eva hacía y decía – continuó – . El enfado aparecía en ocasiones y en otras se reprimía creando tensión. En definitiva, andaba continuamente revolviendo en el interior de Eva, como una fiera inquieta y fuera de control.

– Claro – retomé. – Max, dices que esa emociòn estaba siempre latente por no haberla digerido adecuadamente ¿Y eso era útil para su trabajo como actriz?

– Sin duda – respondió. – Verás, Luis – sorprendentemente, recordaba mi nombre, – yo no trabajo como los directores de teatro habituales. No pido al actor que interprete un papel según las emociones que pensó el autor de la obra. Eso para mí es ir contra natura.

– ¿Qué quieres decir, Max? – pregunté. – Tenía entendido que eso era lo normal.

– Para mí no lo es. Yo construyo la obra basándome en las emociones más vivas de cada actor – respondió Max, dirigiéndome una mirada que comenzaba a centellear. – Les ayudo a entrar en contacto con sus propios sentimientos, a tratar a esas fieras como si fueran mascotas, a dejarse influir por ellas, a comprenderlas. Gracias a trabajar con Eva desde el enfado que tenía con su madre, sus palabras vibraban de autenticidad y sus acciones fluían como las de una leona.

Max se quedó mirándome con una media sonrisa y después se echó hacia atrás. Había terminado de hablar. Yo me quedé también mirándola unos segundos. Me había quedado ensimismado con la claridad con que Max veía las emociones, y, sobre todo, por las enormes posibilidades de aplicar su método para mejorar la vida de cualquier persona.

– Imagino – dije, reponiéndome – que esa chica llevaba puesto el enfado también en su vida real.

– ¿Qué quieres decir?… – murmuró Max. Vi que se había quedado un poco sorprendida por haberme desviado del contexto del teatro, pero continué.

– Quiero decir que, seguramente, esa era su forma de reaccionar también ante cualquier contratiempo en su día a día, ¿no crees? – pregunté, con cara de póker.

– Es posible, – repuso ella, – aunque la vida privada de mis actores no me interesa lo más mínimo ¿A dónde quieres llegar?

– Seguramente -continué – que, también en su vida, el conflicto con su madre le provocó a Eva un enfado latente y dispuesto a dispararse. El enfado es la emoción salvaje que tomó el mando desde entonces en su vida, igual que esa fiera que describías.

– Ya… – dijo Max, como indecisa entre evitar la esfera privada y el interés por esta perspectiva.

– En caso de tensión – proseguí, – Eva solo verá dos opciones: una, dar rienda suelta al enfado, o, en otras ocasiones, someterse, reprimiendo dicha emoción. Pasará lo mismo que en su trabajo como actriz,… pero en su vida ella estará indefensa.

– Bueno – dijo Max, mientras se dirigía hacia detrás del biombo para cambiarse. – No me entiendas mal, Luis, pero tengo cosas que hacer ¿Puedo ayudarte en algo? – dijo. No parecía que se hubiera enfadado, sino más bien que había perdido el interés… No sé qué sería peor. Me la jugué con la pregunta que me estaba rondando la cabeza.

– Max – dije, con toda la confianza que fui capaz de reunir -, ¿Qué es lo que le sucede al actor cuando paga la deuda emocional?  Es decir, ¿qué sucede cuando acepta su emoción salvaje y la domestica por completo?

Sentí cómo Max acababa de ponerse el suéter en un tenso silencio. Después salió del biombo y se quedó de pie. Sosteniendo la mirada, sin pestañear, con aquella presencia tan poderosa. Me sentí un poco abrumado.

– ¿Qué quieres decir con eso? –  preguntó. Era como una fiera estudiando a su presa. Noté cómo sus sentidos estaban extrayendo una ingente cantidad de información, incluido cómo me sentía y cuál era mi intención. Yo proseguí, tratando de ser lo más claro posible.

– Cuando el enfado se repite continuamente, es porque la persona no ha aprendido a manejarlo ¿no? – pregunté.

– Sí, claro – dijo Max, con la misma mirada, sin mover ni un pelo.

– Entonces, – dije, – me imagino que Eva, ensayo tras ensayo, al manifestar esa emoción salvaje del enfado, empezará a familiarizarse con ella. Al “jugar” tantas veces con esa emoción, a la que llamas “fiera”, y de forma tan profunda, aprenderá a manejarla ¿no? Es decir, dejará de rehuirla y de verse bloqueada.

– Pues… Efectivamente, así es – dijo Max, reflexiva, mientras tomaba de nuevo asiento. El tema había ganado su atención -. Eva se familiarizó tanto con el enfado que éste dejó de ser salvaje, con lo que su actuación perdió toda su magia – exclamó.

– Por lo tanto – continué, – los ensayos son, en realidad, un entrenamiento que permite a Eva aprender a manejar su estado emocional. – y dejé unos segundos de silencio antes de continuar – … Jugar con su enfado en los ensayos es el mejor proceso natural para domesticarlo – concluí.

– Has dado en el clavo – refrendó Max, reflexionando unos instantes. – Y ese aprendizaje representa un peligro para la intensidad que necesita nuestra compañía. Si se domestican las emociones salvajes por completo, no hay obra – exclamó. – De hecho, intuitivamente, ya veía que era mejor que ningún actor repitiera obra conmigo.

– Ya imagino. – respondí, aliviado por haber llegado a buen puerto.

– Así que ésas son las cosas que estás estudiando, Luis… – dijo ella, asintiendo levemente con la cabeza y mirándome, casi con una sonrisa.

Una vez aflojada la tensión y con aquellas ideas tan jugosas en la mochila, pensé que era el momento de dar por terminada la conversación.

– Si te parece bien – dije, levantándome de la silla, – te puedo venir a grabar una entrevista la próxima semana. Me comprometo a compartir contigo los resultados de la investigación tal como se vayan produciendo,

Max se había levantado casi al mismo tiempo que yo. A estas alturas ya me resultaba natural sostener afablemente su mirada. Por otro lado, la leona ya no se sentía amenazada ni se aburría. Habíamos sellado la alianza. Sonreímos relajadamente.

– Muy bien, ven después de la función del sábado – dijo, recogiendo su fular. – Que tengas una noche agradable.

Y salió, dejándome solo en su camerino.

Cuando regresé a casa, contrasté mis notas con las anotaciones sobre un libro de Carl Jung, “Las relaciones entre el yo y el inconsciente», que dice:

“Mediante la vivencia de las fantasías, las funciones que estaban inconscientes y en inferioridad se integran en la conciencia; produciéndose efectos muy profundos en la actitud consciente”.

Era justo que había hablado esa tarde con Max.

 



Notas sobre mis conversaciones con Max Becker:

  1. Una experiencia vital no digerida, como una ruptura por ejemplo, puede dejar una «deuda emocional«: una especie de trauma que se traduce en una emoción dolorosa (miedo, enfado o tristeza) que tiñe una etapa de tu vida. Es tu emoción salvaje o tu fiera.
  2. Ante nuevas situaciones en que se desencadene esa deuda emocional, la persona reaccionará irracionalmente con esa emoción latente de tristeza, miedo o enfado.
  3. La forma de resolver esta deuda emocional es aceptar esa fiera para familiarizarte con ella y domesticarla, convirtiéndola en una mascota… Esto se logra con un entrenamiento emocional. Esto era lo que hacían los actores de Max siguiendo su método, jugando con las emociones al preparar sus obras de teatro.

Cuando se ayuda a una persona con una deuda emocional muy intensa, como el fallecimiento de un ser querido, por ejemplo, es conveniente tener en cuenta las fases del duelo explicadas anteriormente. Se le apoyará en su camino a través de ellas.

Aplicación a la teoría de las emociones:

La deuda emocional seguirá viva hasta que la persona sea consciente de su forma de reaccionar a esas situaciones y desarrolle la habilidad emocional que le falta.

Esto demuestra una vez más que la primera de las 3 Ces, la consciencia, era la más importante, pues las otras dos, el cuestionamiento y la construcción, se desplegarán automáticamente.

  1. Consciencia de las emociones que surgen determinadas situaciones y aceptación.
  2. Cuestionamiento ¿qué es lo que quiero?
  3. Construcción de la nueva forma de vivir esas situaciones difíciles.

Esto también demuestra que no es necesario para ello revisar el pasado de la persona, sino mirar de frente a las emociones y pensamientos que se siguen produciendo en el presenteDisciplinas como el coaching y la programación neurolingüística se encargan de ello mediante técnicas similares a la explicadas en los anteriores fascículos.

¿Cuál es el resultado de domesticar una emoción? La habilidad emocional 

Manejar el enfado de forma saludable significa no reaccionar de forma desproporcionada ante una situación ni rehuir la confrontación. En los momentos difíciles, Eva sabrá sentir el enfado sin que éste la domine. Conseguira así la estabilidad emocional que permite atemperar el enfado.

Ha alcanzado la asertividad: podrá defender su posición pero sin dejar de respetar a la persona con la que está hablando. Ya no será víctima de su enfado, sino que éste se habrá convertido en una estrategia eficaz. El enfado se libera de la agresividad y se convierte en coraje.

Este mismo entrenamiento es el que atañe a cualquier otra emoción “difícil”: gracias a él, el miedo se convierte en prudencia y la tristeza pasa a vivirse como ternura.

Las emociones no son malas ni buenas, solo requieren de entrenamiento para que no nos superen y podamos utilizarlas de forma sana. Esto es la base más esencial de nuestra inteligencia emocional.

Con un proceso como el que ha vivido Eva, habrá aprendido la lección que le deparaba la vida, lo cual se convierte en una nueva habilidad emocional para su madurez como persona.

Nunca había imaginado ver todas estas ideas con tanta claridad como en mis conversaciones con Max. Su forma de dirigir reunía toda esta sabiduría y la convertía en arte. Le quedé muy agradecido por ello.

Una nueva etapa en mis descubrimientos sobre la emoción acababa de empezar.

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